LA PUERTA
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Imagen: collage en photoshop con fotografías propias |
Adán(1) era un excelente piloto matriculado.
Había intervenido exitosamente con su ultraliviano en varias competencias y se entrenaba
para intentar batir el récord de velocidad en el cruce del desierto. (1) Lo menciono por su nombre de pila, “Adán”, aunque debo aclarar que él prefería presentarse siempre con el apelativo “Colo”, por las cansadoras bromas de connotación bíblica que solía generar su nombre.
Esa mañana
volaba bastante internado en la zona desértica cuando su motor falló y tuvo
que aterrizar. Pudo tocar tierra sin daños gracias a su pericia, combinada con
la versatilidad del aparato y unos beneficiosos vientos de ese momento.
Revisó el motor y comprobó que sería imposible hacerlo funcionar.
El fallo era menor, pero irreparable sin el repuesto de la pieza arruinada.
Miró a su alrededor, sólo para comprobar lo que ya sabía
antes de descender: había arena y piedras en los 360 grados a la redonda, aunque…
hacia el Oeste, en la cima de una duna, aparecía una figura que le llamó la
atención. No distinguió bien la forma, se veía como un rectángulo puesto
verticalmente con bordes muy definidos; de ser
una piedra natural, sería bastante extraño. Notó que justo en esa
dirección se podía ver, muy al fondo, el famoso pico con nieves perennes, lugar místico entre los aborígenes(2).
(2) Una leyenda milenaria afirmaba que allí
vivían seres celestiales, en un entorno de pródiga naturaleza y ambiente de paz. También decía que aunque muchos lo intentaron, nadie había sido capaz de
entrar en el lugar. Ancianos contaban que en su juventud, en varios de sus intentos por acceder a ese espacio mágico, lograron
escuchar exquisitas melodías que los colmaron de paz. Uno de ellos dijo que
logró ver haces de luces que, reflejadas en las nubes, danzaban con encantadora gracia. La leyenda también revelaba una profecía: llegaría el día en el que a un mortal, a un elegido, se le permitiría entrar, con la misión de aprender los secretos de la felicidad, para luego regresar y derramar esa sabiduría en el mundo de los
humanos.
A todo esto, su celular no tenía señal, de modo que decidió
subir esa duna en busca de las tan preciadas “barritas” y de paso, satisfacer su
curiosidad respecto de esa figura.
Estaría por la mitad de la subida cuando pudo definir de qué
se trataba ese elemento: era una puerta, o eso parecía. Lo confirmó poco
después: una rústica puerta de madera maciza estaba cerrada en un formidable marco, este último
firmemente fijado al suelo.
Extrañado, la rodeó inspeccionándola por todos
lados buscando una pista que pusiera lógica al descubrimiento, pero sólo notó la contundencia del material, la factura artesanal y el acabado opaco dando evidencia del paso del tiempo. Sólida, de gran espesor, la adornaba un picaporte
de hierro, bajo el cual estaba el ojo de la cerradura. Casi como una travesura,
se inclinó a mirar por ahí, pero nada se veía. La abertura sólo estaba del lado
que daba hacia el Este. Rodeó nuevamente la estructura y comprobó que el
frente que daba al oeste no tenía ni picaporte ni ojo de cerradura. “Bueno”,
pensó, “Arreglado estaría el que cruzara esta puerta, si se le cerrara”.
De pronto se dio cuenta de una curiosa casualidad: la
posición de su ultraliviano, del extraño cerramiento y del vértice del pico
nevado mostraba un perfecto alineamiento, tanto en dirección como en pendiente. “Si
lo hubiera querido hacer a propósito no me salía tan bien”, pensó, sin dar más importancia a ese capricho del azar.
En cambio, la intriga que tenía por la presencia allí de ese objeto fue en aumento. Sintió un fuerte impulso a
presionar el picaporte y abrir la puerta, cosa que hizo, encontrándose con que la cerradura estaba puesta y la puerta bloqueada.
Aquello se transformó en una cuestión
personal; debía abrir esa puerta. Se fijó en los costados del marco, pero ni allí ni en la parte
superior había llave alguna. Sacó una navaja suiza que siempre llevaba consigo
y con alguna de esas piezas comenzó a manipular la cerradura, tema del cual no
era experto pero que alguna vez había analizado. Le llevó su buen rato y finalmente escuchó el tan ansiado “click”
del pestillo retrocediendo. Tomó unos segundos antes de pasar a la inminente
etapa posterior.
Casi ceremonialmente, apoyó su mano en el picaporte, lo giró
y con un suave empujón, la puerta se desplazó unos centímetros. No supo porqué, esperó tomando aliento y finalmente la abrió.
Cruzó el portal con un par de pasos. Su visión se llenó con el magnífico paisaje de
ondulantes dunas, con rocas, algunos pastos de altura y al fondo, el pico de la
montaña legendaria de nieves perennes, en fin, todo lo que ya había visto antes de abrir la puerta.
“Pucha…” pensó con un dejo de tristeza.
Una inesperada ráfaga de viento lo sacudió y cerró la puerta produciendo un fuerte estampido que lo sobresaltó. Al escuchar el ruido, recordó que la puerta no tenía picaporte
ni ojo de cerradura en el lado que daba al Oeste, donde él estaba en ese momento. Giró sobre sí mismo y comprobó: ¡La
pesada hoja se había cerrado!
Sintió una vibración en el pecho y escuchó una melodía como difusa, apagada; supo que era un aviso. Un aviso del celular que tenía en el bolsillo de la camisa. Tenía señal.
Pasó la puerta por el costado y se
detuvo un momento para marcar un número y llamar al fijo del aeroclub. “Hola, ¿Pepe? Que tal, che, habla el Colo, te cuento…” comenzó diciendo.
Luis R. Maderuelo
Yerba Buena, Tucumán, febrero 2011
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Éste fue el final que elegí para este cuento.
¿Cómo sería para vos el final de esta historia?
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