lunes, 30 de noviembre de 2020

 Última historia verídica y casi casi, inverosímil


De este viaje y circunstancias, última nota de la serie, puedo dar algunos datos precisos de fecha y hasta de hora, gracias a que éstos son grabados por las cámaras en las fotografías digitales. 

Teníamos una Saveiro con muy pocos kilómetros, los suficientes para estar seguros de que ya estaba bien asentada y podía afrontar una actividad de montaña sin que se dañe.

A mediados de julio del 2007 habíamos realizado un viaje a Anquincila y Ancasti. Aparte de conocer esos hermosos lugares, averiguamos acerca unas pinturas rupestres que habría por la zona. Logramos información de un lugar llamado “La Candelaria”, transformándose automáticamente en objetivo. Programamos otro viaje para el mes siguiente aprovechando que habría un “feriado puente” el 20 de agosto.

(Hoja de ruta: Iríamos hasta Ancasti y luego de visitar las cuevas con pinturas, continuaríamos por la ruta 13 hasta el final del mapa, para seguir por la 20 y volver por Esquiú hasta Recreo, donde ya tomaríamos de regreso por la 157)

Preparamos equipos, herramientas básicas, abrigos y hasta algunas provisiones.

Ya saliendo, antes de subir al vehículo, muevo sin querer unas cajas que estaban apiladas en la cochera y siento que algo cae. Levanto el objeto y veo que era un juego de llaves “Allen”, cosa que me sorprendió porque no recordaba haberlas puesto allí. Tampoco las extrañé en el momento de seleccionar las herramientas que llevaría, porque nunca las pensé como parte del equipo. Sin embargo, como ya las tenía en la mano y prácticamente no ocupan espacio, fueron a parar a la guantera y partimos.

Trataré de abreviar los detalles del viaje que no hacen a la cuestión de esta narración: digamos que ya pasamos por Anquincila, Ancasti, llegamos a las cuevas (Si quieren curiosear, “Yapa” debajo de esta nota) y regresamos a hacer noche en Ancasti.

Dique de Ipizca


Al día siguiente salimos al Dique de Ipizca, Piedra Partida y continuamos rumbo a "El Chorro", otro de los objetivos ya previstos.


Piedra Partida: Fotografía panorámica de varias fotos. Lamento no haber puesto una referencia para que se pueda  distinguir la real magnitud de este enorme peñón. Se encuentra frente a la RP 15 a orillas del río Icaño

Llegamos al "Chorro" en cuestión a eso de las 9:40; si bien es todo muy cerca, cuando uno disfruta el paisaje y saca fotos, el avance toma su tiempo.

(Recomiendo ESTA NOTA acerca de este lugar, uno de los pocos ríos que "corren al revés)


"El Chorro", una caída de agua de 15 m con características interesantes.


Seguimos viaje y aproximadamente las 11 de la mañana, siento que la palanca de cambios se hunde y se afloja en su recorrido. Totalmente anormal; el vehículo no había sufrido golpes contra el piso, no había sido exigido más allá de una lógica rutina de montaña, no había cargas en la caja, un vehículo nuevo, todo muy raro.

Ya conté que de mecánica no entiendo, así que mirar debajo de la camionetita no me ayudó a encontrar soluciones, necesitaría una fosa aunque sea sólo para “ver qué se ve”.

Mirar el paisaje a los 360º e imaginar que ahí vamos a encontrar una fosa eran objetivos incompatibles. O cerraba los ojos y soñaba que había una fosa ahí a la vuelta o abría los ojos y sabría que salvo que la cavemos nosotros, de fosa sólo la de algún coy o vizcacha, suponiendo que hubiera por esas alturas. 

Nota: al momento de redactar este texto traté de ubicar el lugar del incidente desde Google Earth, Google maps y otras fuentes, pero sólo logré determinar que sucedió en un rango de 12 km, entre “El Chorro” y el cruce de las rutas provinciales 13 y 102. Si no fuera por la pandemia, les aseguro que ya estaríamos rumbo a esa zona. Por ahora, no se puede.


Más o menos por aquí fue la cosa. De lo que se dice un tumulto,nada.

El caso es que ante ese panorama, una posibilidad era quedarnos a esperar vaya a saber a quién, ya que como fue habitual en nuestros viajes, las rutas solitarias parecían hipnotizarnos y llamarnos, así que cruzarnos con alguien quedaba jugado al azar.

La otra posibilidad era intentar seguir con toda prudencia hasta que… no sabíamos, hasta que se reviente del todo, suponíamos. Eso hicimos.

Lo poco que avanzábamos era para ver cómo la palanca parecía hundirse más y quedar más floja. No creo haber avanzado más de dos kilómetros y ya al borde de decir “no anda más”, vemos un terreno cercado, con tres bloques de construcciones. Al menos, habría alguien allí.

Nos acercamos y comenzamos a distinguir algo que “parecía pero no podía ser”. ¿Porqué tendrían una fosa allí, en medio de la nada prácticamente? Seguramente era otra cosa, no podía ser lo que deseábamos ver.

Pero no: era una fosa. Créase o no. La camionetita llegó con el último aliento. Nos atiende una persona y nos hace colocar el vehículo en la inexplicable, ansiada, mágica fosa.

Baja, mira, un rato de silencio y el hombre sale con cara de no traer buenas noticias.

Se le rompió el soporte de la caja”, nos dice. “Aquí le podríamos dar una solución provisoria como para que baje y llegue a Tucumán, pero hay un problema: para sacar el conjunto hay que usar llaves Allen, y no tengo”.

Les aseguro que no lo podía creer. El hombre podría darnos una solución pero no tenía llaves Allen. Las mismas llaves que nunca pensé en hacer parte del equipo de herramientas y que cayeron a mis pies segundos antes de salir de casa.

Claro, todavía no estaba ganada la batalla: llaves hay de muchas medidas. Como en estado de shock todavía, saco el juego de la guantera y se las muestro: Tengo esto, le digo

El hombre mira, las mide con la mirada y señalando una dice “ésta va a andar”.

Y allí fue, llave en mano, a iniciar un proceso que no sería rápido, pero que nos solucionaría el problema que apenas minutos atrás parecía una encrucijada imposible.

Foto de la falla: en definitiva, quedaba sostenido sólo por los dos pequeños
segmentos que marcan las flechas amarillas. Más justo, difícil. (Las fotos se amplían con click en ellas)

Unas horas más tarde, la camionetita salía ufana con la palanca de cambios en su lugar y un arreglo de emergencia que funcionó perfectamente. Por supuesto, la hoja de ruta fue modificada y el retorno se hizo por la bajada más próxima hacia el Este, en este caso la ruta 102 que en pocos minutos nos dejó ya en Yerba Buena. 

¡Aclaremos que Yerba Buena de Catamarca!  


En Yerba Buena. El shopping no se distingue bien desde ahí

Siguiendo por la misma ruta llegamos a la ruta 15, luego la 7 hasta Icaño, ruta 2 Hasta San Antonio de la Paz, ya en la ruta nacional 157, ruta transitada, llana y pavimentada, sanos y salvos hasta "nuestra" Yerba Buena en Tucumán.

Hay amigos y amigas que me dicen que mi ángel de la guarda es un fenómeno, que labura horas extras todos los días. Otros me dicen que en realidad, no tengo un ángel de la guarda, sino un batallón, porque uno solo no daría abasto.

Yo no lo sé, pero me inclino a pensar en que es uno solo y que realmente, es un campeón.

 



Luis R. Maderuelo Roig


Yapa: la gruta de La Candelaria

En esos años contábamos con un GPS de mano, con una pantallita bastante incómoda y un operador bastante flojo en habilidades. No contábamos con las coordenadas de la cueva; el GPS era para grabar el track y saber luego por dónde tendríamos que volver. El monte no es para que cualquier aficionado entre a explorar sin precauciones. También sería para registrar exactamente la cueva, si la encontrábamos.

Para llegar nos habían dado algunas instrucciones, al estilo rural. "Vaya por tal camino, va a encontrar una afata ladeada con tres hojas secas en la punta, métale derecho unos 10 metros, baje por una barranca, suba 10 minutos, avance…" etc. (Por supuesto, no fueron ésas las instrucciones pero no crea que estaban tan lejos).

Llegado al lugar que supusimos la entrada, dejamos el vehículo y comenzamos a meternos esquivando espinosos matorrales y tratando de seguir las instrucciones. Nos costó, pero al cabo de un rato bastante largo y muchas dudas, conseguimos llegar.






No entendíamos cómo un lugar así no estaba protegido, con cuidadores y con paseos organizados que respeten la zona.  (En la fecha de escribir esto, vi en internet que sí hay una importante actividad arqueológica y llevan clasificados muchos centros como éste, por fin y en buena hora)


Lamentablemente, algunos dibujos fueron dañados con las inscripciones
de los irresponsables de siempre, como se ve.

A pocos minutos de estar ahí, llega una pareja de La Plata en viaje de paseo. No recuerdo si el hombre o la mujer era científico de la Universidad. Lo curioso es que sólo traían un block de notas y nada más. Increíblemente no tenían cámara de fotos. Les propuse hacer un intercambio: nos pasaban su correo electrónico, nosotros les enviaríamos las fotos y ellos nos enviarían las conclusiones a las que habían llegado para así disponer de informacion para las fotos que, en esa época, subía a Panoramio.

Dicho sea de paso: de seguir existiendo Panoramio podría haber determinado cada punto con exactitud, porque había que geoposicionar las fotos subidas. Lamentablemente Panoramio se vendió a Google y mis fotos desaparecieron del mapa, literalmente hablando. 

Nos pasaron el correo, pero cuando días después intenté contactarlos, nunca respondieron. ¿Anoté mal el correo? ¿Se equivocaron al dármelo? No lo sé, pero algo así habrá pasado. No suena coherente que hayan despreciado las más que varias fotos que teníamos a su disposición.




Finalmente y satisfechos de haber llegado a un destino algo complejo para citadinos sin experiencia de monte, volvimos a la camioneta sin problemas, ruta GPS mediante. Ese objetivo también estaba cumplido.


Posteado en Noviembre 30 de 2020


Complemento posteado el 18/05/2022:


Después de muchos años, logramos regresar a completar el recorrido propuesto originalmente, de continuar por la ruta de montaña hasta Esquiú y de paso, comprobar el lugar en donde nos auxiliaron.

Regresamos a ese trayecto el 13 de mayo 2022 y descubrimos una realidad totalmente distinta a aquella del 2007: la zona del incidente, otrora desierta, muestra hoy una interesante cantidad de casas y habitantes. No digamos una muchedumbre, tampoco.

El lugar en cuestión fue a unos metros del cruce entre las rutas provinciales 13 y 102, ahora con varias casas alrededor. 

Finalmente completamos el tramo hasta Esquiú. Cumplida la "auto deuda" contraída en el 2007.

domingo, 29 de noviembre de 2020

Penúltima historia verídica,  ya no tan inverosímil, pero...



En el año 1972 compramos nuestro primer Citroën. Fue una furgoneta 2CV usada, modelo 1969.

Con esa furgoneta comprobé la maravillosa ingeniería de esos Citroën, me refiero a esa línea 2cv, 3cv, los primos Mehari y AMI 8 y mucho más adelante, el nieto Dyane. Realmente una máquina fantástica y súper simple.

Con la experiencia de la furgoneta, el 3CV era todo un objeto de deseo y ni qué decir cuando aparece el “Prestige”, modificando lo que podría haber sido la única crítica de practicidad de los modelos anteriores, que traían la tapa de baúl corta, debajo de la luneta fija. El Prestige incluye la luneta en la tapa, siendo así un portón trasero que con una modificación tan simple, le da  una extraordinaria versatilidad al vehículo. No había más que pensar: ése tenía que ser.

En 1974 la industria automotriz entregaba vehículos a varios meses después de la compra porque había escasez. Eso hacía que a veces llegara la unidad comprada pero con faltantes. Cuando pudimos comprar nuestro Prestige y finalmente nos avisan que había llegado, nos aclaran que si lo queríamos retirar, podíamos, pero nos “quedarían debiendo” un par de cosas. Eran dos o tres, pero sólo recuerdo con certeza el limpiaparabrisas. Si queríamos, bien. Si no, quedaría en la concesionaria hasta que llegara el repuesto, lo instalaran y nos avisaran.

Ud. sabe que cuando compra un vehículo nuevo, por un tiempo uno le esquiva a sacarlo con lluvia, así que, limpiaparabrisas más, limpiaparabrisas menos, venga y veremos. Retirado que fuera el incompleto vehículo, las fallas de armado fueron abundantes, tanto como las visitas a la concesionaria para reclamar hasta que finalmente, el autito estuvo impecable, completito y funcionando a la perfección. Ya podíamos descartar la bolsa de plástico con la media papa, que llevábamos como precaución ante un chaparrón inesperado.

(Para los que no lo saben: se decía que frotando el vidrio con una papa cruda, el almidón hacía que el agua corriese y así, se podía mejorar la visual. También lo decían del tabaco y de… otros componentes que no sería elegante mencionar.)

Consideramos entonces que estábamos listos para comenzar a cumplir viejos proyectos de viaje y cabeza de lista, pusimos La Quiaca y Yavi.

Sabía de los problemas que la altura provocaba a los motores, la famosa “puna”. Mis conocimientos mecánicos eran limitados pero suficientes: sabía que atrás iban las valijas, en el medio los pasajeros y adelante el motor. ¿para qué más? Pero, prudente y previsor, visito a un mecánico especialista en la marca y le planteo el viaje que íbamos a hacer.

Este auto andará perfectamente, -me dijo- pero si llegara a apunarse, hay que darle un poquito más de aire al carburador y listo.

Ahá. ¿y eso, el carburador, como qué viene a ser? Pregunté intentando un gesto de investigador que busca profundizar sus conocimientos.

Mejor te lo explico en la práctica, me responde compasivamente mientras abre el capot y me enseña el artilugio en cuestión.

¿Ves ese tornillito de ahí? Me señala con un destornillador a un tornillo cabezón, con una muesca bastante marcada.

¡Sí! Contesto enérgicamente con la autoridad que me otorgaba la certeza.

Bueno, lo girás para allá, cierra el paso del aire. Lo girás para acá, abre el paso del aire.

Con una explicación tan clara, ¿quién podía necesitar algo más?   Respuesta: yo. Pero no lo supe en ese momento.

Equipamos la nave con lo que consideramos necesario y partimos. Un viaje fantástico y nunca dejaré de alabar a esa máquina surgida de una ingeniería genial. Maravillosa, liviana, segura, versátil, potencia suficente, un andar espectacular, involcable, económica, en fin: en síntesis y reiterando: maravillosa. Además, lo habíamos equipado con una radio Motorola que de muy buena calidad. (AM en esos años).

Llegamos a Humahuaca, hacemos noche ahí (o quizás nos quedamos dos días, no viene al caso) y continuamos viaje.

Si Ud. señor, señora, joven, conoce la zona porque fue en la última década, instale en su memoria un photoshop y comience a borrar pavimentos y clonar superficies de la tierra típica del lugar; borre casas y ponga superficies baldías, borre iluminaciones de rutas y deje así nomás, borre varios puentes y ponga pasos a nivel. Estamos hablando de 1974, 46 años antes de la fecha de redacción de esta nota.

Y un "touch" de nostalgia: en esos lugares y para esos tiempos, Ud. ponía la radio y escuchaba Carnavalitos, huaynos, algún yaraví y en menor frecuencia, chacareras, tonadas, cuecas, zambas y bailecitos. Cumbia, cuarteto y raperos no existían. Y no usaré adjetivos calificativos sobre esto, porque debo respetar a quienes puedan gustar de estas últimas cosas y no voy a incomodarlos. (Mmmmm…. ¿ya lo hice?)

Y a la noche, en esas alturas con cielos despejados, escuchaba el idioma que quiera, porque entraban emisoras de vaya a saber cuántas partes del mundo. Chile, como si el auto estuviera en la misma cuadra de la emisora. Con FM eso no existe. 

Pero basta de llorar un pasado, amado, añorado, disfrutado, desgastado, borrado, disipado. Volvamos a la cuestión.

Estamos saliendo de Humahuaca rumbo al norte, le recuerdo. Comenzamos las trepadas y bastante después llegamos a una zona de lomadas bastante altas, pronunciadas, que se repetían casi hasta el infinito. La altura, bastante más que Humahuaca. El motor comienza como a perder potencia, la puna logró hacer mella en el rendimiento. ¡A no desesperar! El novel mecánico iría a solucionar el problema. Capot levantado, tornillo cabezón.. tornillo cabezón… ¡aquí estás! Listo, había que girar “para acá”, ¿recuerda? Un pequeño toque y a continuar.

La verdad, mejoró. Pero a poco más de andar, otra vez se sintió la baja de potencia. Vamos, ¡A por el tornillo cabezón!. (Hablando de cumbias, buen título sería este). Un poco más “para acá”, ajuste adecuado, seguimos.

La verdad, mejoró por segunda vez. Pero muy pronto, ya la cosa se puso francamente imposible. En vacío aceleraba, pero con el cambio enganchado… no había caso. Debimos haber subido muchísimo y el enrarecimiento del aire ya era insoportable para el motor. Esta vez sí estaba complicado el avance.

Una vez más: vehículo al costado de la ruta. (por precaución, porque aparte del viento no pasaba nadie por ahí). Capot levantado. El viento que movía el capot de aquí para allá, de aquí para allá, de aquí para allá, como la paleta del lavarropas cuando está en modo “lavar”. Y uno tenía que meter la cabeza ahí abajo; pero confiamos en los ingenieros de Citroën y allí vamos,¡a dar más aire a ese carburador, que lo tenemos!

El caso es que ya no fue posible girar más “para acá”. No señor. Y dicha la verdad completa, tampoco fue posible girar “para allá”.

En realidad, no fue posible girar tornillo alguno porque el tornillo no estaba. Evidentemente se había caído en el momento que el motor dejó de empujar.

Ahí fue cuando supe que en realidad, sí había necesitado un poco más de explicación de parte de mi amigo mecánico. “No dejar el tornillo a punto de caerse,” sería la síntesis.

Buscar un tornillo de menos de una pulgada de largo, en una ruta de tierra, sin saber dónde puede haber caído y encima, con viento, por más cabezón que sea, olvídelo. Misión imposible pero en serio. No como el Tom Cruise ése, que muy imposibles no son sus misiones porque las termina logrando.

Solución a la que recurrimos: colocar primera, acelerar en vacío al máximo y soltar el embrague lo suficientemente lento como para que no se reviente y lo suficientemente rápido como para que la inercia de las revoluciones empuje el auto un par de metros. Ahí, freno de mano y repetir la operación hasta la cima de cada uno de esos lomitos. Luego, aprovechar la bajada al máximo hasta la próxima cresta.

Así llegamos a Tres Cruces. Hoy sigue siendo chico, imagínese en 1974. No era cuestión de parar un transeúnte cualquiera y preguntar por la concesionaria Citroën. Una, no había concesionaria de ninguna marca, obviamente. Otra, era casi igual de difícil  encontrar un transeúnte. Pero, eso sí logramos hallar y nos dijeron cómo llegar a un galpón de un señor que vendría a ser el mecánico todo terreno de la zona.

Llegamos. Ante el problema expuesto, el hombre abre el capot, mira el hueco dejado por el ausente tornillo cabezón y sentencia: ¡Nooo, no tengo tornillo para esta medida de rosca!

Genial. Pero esperable, en realidad. Se queda mirando un rato, en esas miradas que hacemos para tener la cabeza quieta porque en realidad, estamos pensando, no mirando. Y dice: capaz que puedo sacar uno de un carburador de un Ford T que está tirado por ahí.

Lo encuentra, saca el tornillo y dice: “No, rosca chica. Y la aguja choca, no llega hasta donde tiene que ser”.  A ver, espere un rato, agrega.

Fue con el tornillo hasta una máquina esmeril, ¡y le sacó punta como a un lápiz! Volvió un par de veces a medir y finalmente dijo: llegar llega, funcionaría, pero no se va a quedar, no es la rosca. Pero ya lo solucionamos, dijo. Buscó una cámara vieja, cortó una tira y ató con ella el tornillo en el carburador. A ver, hágalo arrancar, dijo.

El sonido del motor fue una música maravillosa, superando ampliamente al cuarto movimiento de la Novena sinfonía del amigo Ludwig, con perdón del querido Beto. Al menos, eso fue para nosotros en ese momento.

Consultado el hombre sobre lo que recomendaba, si continuar o regresar, fue claro: con esto va a andar bien, no se le va a salir. Viaje tranquilo y cuando vuelva, la cambia. Andará bien.

¡Y cómo habrá andado de bien! Logramos hacer, por única vez en la historia de ese auto, 21 km por litro. En esas alturas, con esa pobreza de oxígeno y tramos de serios esfuerzos de subidas. El motor ni una queja, impecable. Y lo mejor de todo: a la gomita no había que ajustarla como al tornillo cabezón.  Ni para acá, ni para allá.

Cumplimos el objetivo de llegar a La Quiaca, visitar Yavi y regresar sin problema alguno.

Hasta aquí la historia. El corolario sería que, lamentablemente en la concesionaria de Tucumán sí tenían el tornillo cabezón. Quitaron la gomita y el tornillo del Ford T vuelto a la vida y lo reemplazaron.

El motor jamás volvió rendir los 21 km/l. Bajó a los 16/17 que fueron y serían el estándar para nuestro querido Prestige.

La iniciativa de aquel mecánico todo terreno de un –entonces- caserío de la puna, estimulada y exigida por las adversidades, combinó perfectamente con la genial creación de los ingenieros franceses.   

Esta vez la historia no fue tan inverosímil, pero dígame, aquí en confianza: Si le digo que un tornillo faltante en un carburador de un 3cv fue reemplazado por un tornillo de carburador de Ford T al que lo afilaron con una esmeril y lo fijaron un un cacho de goma y que no sólo funcionó, sino que mejoró ampliamente la performance del vehículo en plena puna, ¿no le parece que muy habitual, no es?

 


Luis R. Maderuelo Roig


PD: Ahora sabe porqué, si la nota es de un viaje en un Citroën 3CV, la ilustración de la nota es un Ford T 


Yapita:

Sólo un detalle para mostrar otra maravilla del 3cv, nada que ver con el carburador. No puedo recordar por dónde fue que tomamos una recta con una bajada muy intensa y continua(*), pero sí recuerdo un badén inesperado que lo tomamos con la velocidad que veníamos, recuerden que en bajada. 

El auto voló sobre la ruta, como en las películas: calculo, sin exagerar, que debió haberse levantado fácil unos 50 o 60 centímetros en el cenit de su vuelo. Y todo objeto que sube, luego baja. Y bajó. La suspensión del 3cv es tan maravillosamente blanda que se aplastó hasta que la panza dio en el piso.

¿Problemas? Absolutamente ninguno. Eso sí, a partir de ahí fuimos más despacio por sí se nos cruzaba otro badén irresponsable.


(*) Probablemente haya sido por la ruta 40 

 Perspectivas 

 

Ilustración de y con fotos de lrmr

tema de dibujo

visiones parciales de un todo

razones encontradas.



origen de pleito para los necios,


vértices de verdades


para los sabios.

 

 

Luis R Maderuelo, Marzo 2003

sábado, 28 de noviembre de 2020

Farmacéutico Pedro Maderuelo 


En un pueblo de Segovia

Don Pedro Maderuelo Fuentes nace el 19 de Octubre de 1912 en la provincia de Segovia, España, en un pueblo llamado Zarzuela del Pinar. Sus padres, León Maderuelo y Ángela Fuentes, deciden emigrar a Argentina para radicarse en Tucumán, donde ya residía Melitón Fuentes, hermano de Ángela. 


Almacén de León Maderuelo y Ángela Fuentes,
en 25 de Mayo esq. Uruguay en SMTuc, aprox 1922.
De gorra, Pedro Maderuelo. Delante de él su hermano 
Mariano. Atrás su hermana mayor, Ángela y León.


Así, sus padres, su hermana mayor Petra y él llegan a la Argentina algún día de invierno de 1913, siendo Pedro un bebé de 9 meses. 

Después de pasar por varios trabajos terminan instalando un almacén en la esquina sur este de 25 de Mayo y Uruguay, en San Miguel de Tucumán. A todo esto ya habían nacido sus hermanos Mariano, Ricarda y Eleodora (Dorita).


En su familia, el trabajo era un valor incorporado, formándose en esa cultura desde niño.

Don Pedro Maderuelo,
probablemente en laboratorio de la
Facultad de Farmacia, aprox 1935


Hace su secundaria en el Colegio Nacional Bartolomé Mitre en San Miguel de Tucumán, donde descubre su atracción por las ciencias biológicas y la química, lo que definiría su vocación y su objetivo: todo lo relacionado con el arte de curar le interesaba.

Después de su bachillerato entra en la entonces denominada Facultad de Farmacia e Higiene” en Tucumán, (hoy “Facultad de Bioquímica, Química y Farmacia”) logrando el título de farmacéutico.

Arribo a Yerba Buena

Ya con el título, es tentado por su tío Melitón Fuentes (quien residía en Yerba Buena) a venir a esta ciudad a ejercer su flamante profesión. Según comentaba, los que se instalaban “no aguantaban” mucho; la superviviencia era muy dura. Pero su tío “le veía futuro” a la zona. Sin duda, un visionario.

En 1936 compra el fondo de comercio de la única farmacia del pueblo y comienza su actividad en un local ubicado en una de las esquinas de Avenida Aconquija  y hoy Hipólito Yrigoyen.

Pocos años después, su padre adquiere para él una propiedad en la esquina sureste de Avenida Aconquija y Avda. Solano Vera, donde funcionaba un negocio de bebidas y bailes populares, “El Sultán”, de propiedad de un tal Sr. Mohamed. Allí construiría el edificio definitivo de su farmacia en la propia esquina. Sobre Solano Vera, su domicilio particular.

Esa esquina sería uno de los puntos icónicos de Yerba Buena; se reconocería entre los habitantes como “El Mástil”, como “la esquina del cine” o “la esquina de la farmacia”.  Así: “LA” farmacia, ya que durante varias décadas sería la única farmacia en esa comuna con grandes extensiones y pocas familias. 

Eran épocas de quintas de agricultores, pocas calles que por supuesto, eran de tierra salvo excepciones. En ese contexto, Don Pedro supo ir a aplicar inyecciones a la casa de los enfermos cuando era requerido. A veces lo buscaban en sulkys o “jardineras” y otras veces debía trasladarse a caballo. Contaba Don Pedro que cuando le tocaba ir a caballo, “llevaba piedras en el bolsillo para ahuyentar a los perros” que salían a enfrentarlo.

Así conoció el pueblo al detalle, tanto en geografía como a su gente.

La farmacia no era solamente un lugar donde comprar medicamentos. Pronto se trasformó en mucho más que eso; en los hechos, era prácticamente un centro asistencial para la gente y una pasión para Don Pedro. 

Seguramente por eso, pese al enorme letrero en la fachada del local que decía “Farmacia San Andrés”, para la mayoría de la gente era “la farmacia de Don Pedro” o “lo de Don Pedro” a secas.

Modelo de balanza "de precisión"
similar a la existente en la
Farmacia San Andrés.
(Foto de internet)

Eran tiempos en los que las “recetas magistrales” se usaban todavía, y mucho. El médico indicaba los componentes del medicamento y el farmacéutico debía elaborar ese producto a partir de una muy precisa medición de sus componentes. Las farmacias contaban con la balanza para pesos de diez gramos a dos o tres kilos, con la “granataria”, (para cosas que se medían en gramos, como su nombre lo indica) y la “de precisión”, que se encontraba dentro de una caja vidriada para evitar cualquier mota de polvo que pudiera alterar la precisión de la medición de los componentes que debían dosificarse en décimas de gramo.  

Así era el trabajo de don Pedro: desde salir a caballo a aplicar una inyección hasta hacer la alquimia que solicitaba el médico. Horario permanente, atención cuando sea requerida. No había mucho lugar para descansos ni vacaciones.

El trabajo de laboratorio iría bajando, ya que de a poco avanzarían los medicamentos industrializados para desplazar en gran medida a las recetas magistrales, aunque éstas siguen existiendo aún en algunas farmacias de hoy en día. Sin embargo, muchas personas siguieron requiriendo durante varios años algunos preparados que seguían produciéndose en el laboratorio de la farmacia San Andrés, como la Diadermina, pomada de belladona, jarabe para la tos, sellos antigripales y otros.

Formando la familia

Don José Roig Riera y su esposa María Carabajal tenían una pequeña quinta en la misma manzana de la farmacia, por Solano Vera. (La esquina hacia el sur, Solano Vera y F. Cariola)

La pareja vivía en San Miguel de Tucumán, en un departamento en  la tercera planta del edificio de la confitería “El Buen Gusto”, empresa de la cual eran socios. Esta “quinta” de los Roig Carabajal se destinaba al cultivo de forrajes que alimentarían a una pequeña producción porcina, materia prima para los productos de rotisería de El Buen Gusto.

Esa pequeña quinta contaba con una casona, utilizada por la familia como destino de descanso.  Inevitablemente, en la vida diaria en algún momento se requerirá algún medicamento, tisana o elementos de primeros auxilios que eran adquiridos en la farmacia San Andrés.

En las incursiones de compras entre "visitantes y locales", se generó la simpatía entre María Margarita, la hija mayor de la pareja Roig y el farmacéutico. 

Noviazgo mediante, formalizarían su matrimonio en el año 1942. El matrimonio Maderuelo - Roig tendría tres hijos: Mabel Cristina, María Ángela (Mary) y Luis Ramón.


A la salida de la ceremonia religiosa del casamiento
de Pedro Maderuelo y María Margarita Roig


El rol de las farmacias en pueblos chicos  

Difícil es hoy entender el rol social de Don Pedro si no lo ponemos en el contexto de la época: estamos hablando de entre los años 36 y 45, cuando el centro asistencial se reducía a un “dispensario” oficial con un médico sólo en determinados días y horarios. Además del "dispensario", también otro médico atendía en un consultorio ubicado más o menos a mitad de cuadra de la Avda. Aconquija al 2000, sin ser permanente.

Las urgencias debían ser atendidas indefectiblemente; no siempre estaba el médico disponible ni tampoco había facilidad de traslado a los centros asistenciales de “la ciudad”, o sea, San Miguel de Tucumán.

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Hay que destacar que un viaje al "centro" (SMT) era algo complicado y lento. Si bien no estoy haciendo la historia de Yerba Buena, quiero manifestar claramente cuáles eran las dificultades de la gente para acceder a la salud. 

Cuando nace la Farmacia San Andrés, ya no existía el "trencito rural"; estaba el servicio de trenes CC18, con estación en Solano Vera al 300 y destino en Avda. Roca al 2300; se realizaban tres viajes diarios incluyendo vagones de carga y pasajeros.  Subsidiariamente, a mediados de esa década, el vecino José Cañizares iba a San Miguel por motivos particulares en una “breck”, un carro de 4 ruedas con tracción a sangre. Algunos vecinos le pedían que los llevara y esto se hizo cada vez más frecuente, al punto en que don José Cañizares decide comprar un auto al que adapta para tal fin. La evolución de la historia es muy interesante, pero no es objetivo de esta nota

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En síntesis: ante una emergencia, no era fácil coincidir con un viaje inmediato, sin contar con que el propio viaje no era muy veloz. En esta situación siempre estaría disponible el farmacéutico, a quien recurrían los vecinos con la seguridad de que serían atendidos a cualquier hora. Además, don Pedro aplicaba sus mejores recursos, tanto en conocimiento, experiencia y medicamentos para solucionar las urgencias hasta donde le fuera posible.

Durante muchos años, muchas personas nos comentaron lo importante y a veces vital, que fue la intervención de “don Pedrito” en su propia salud o en la de sus hijos y lo agradecidos que estaban por ello.

Las comunicaciones en "esa" Yerba Buena

No sólo el traslado hacia San Miguel de Tucumán era complicado, también lo era la comunicación telefónica; en un principio, todas las llamadas telefónicas eran vía operadora. Cuando se automatiza para la comuna, la llamada desde Yerba Buena a San Miguel aún debía pedirse por operadora y se consideraba “larga distancia”, pudiendo demorar a veces más de dos horas lograr la comunicación con las droguerías mayoristas. Y durante la llamada, a hablar fuerte para que se escuche, porque para peor, la comunicación era de bastante mala calidad. Sí, 10 kilómetros, larga distancia. Costos y demoras. Un simple pedido de medicamentos no era nada fácil.

Entre farmacéutico y clientes

Otro aspecto particular de don Pedro: en muchas oportunidades acudían personas que no contaban con el dinero para pagar un medicamento indispensable; muchos recordaban y contaban que siempre se iban con el medicamento en sus manos; a veces con el compromiso de pago; otras, con un “vaya tranquilo” que indicaba el orden de prioridades que don Pedro ponía a esas situaciones.

A veces llegaba alguna atención en especies, muestra también del concepto de gratitud de aquella gente de costumbres sencillas y moral clara. Recuerdo cuando entraba a la cocina de casa con alguna bolsa y decía, sin poder ocultar su satisfacción: Estas (paltas, lechugas, huevos, naranjas…) las manda don / doña (xx). Mencionaba el regalo, pero nunca la prestación previa.

Respecto a las costumbres comerciales, al mejor estilo de las llamadas “libretas de almacén” de la época, estaban también las “cuentas personales”, basadas en la confianza entre vecinos, conocidos todos y que raramente no cumplían. El incobrable era la excepción; la palabra bastaba.

Relación con su medio

Placa actual, copia de la original de 1938
Como persona integrada a la gente, a su medio, don Pedro también incursionó por el Centro Social, Mutual y Cultural Yerba Buena, del que en corto período fue integrante de la comisión directiva, justamente en la comisión que decide instalar “el mástil” en la esquina de las dos avenidas, el que es inaugurado el 9 de Julio del año 1938. De ahí que su nombre figura en la placa –hoy réplica de la original- junto con otros integrantes de esa comisión que tomara esa decisión.

En la década de los 40 construye el nuevo edificio de la farmacia, que sería el definitivo. Más tarde remodela totalmente el mobiliario. 

En el año 1963, a instancias de su hija María Ángela, flamante maestra de un  muy nuevo colegio primario “Cristo Rey”, dona los muebles antiguos quedando en cada aula una estantería que de alojar medicamentos, pasaría a custodiar libros y cuadernos. (El “Cristo Rey” sería luego la primaria de “El Salvador”).

Muchos años más tarde, volverían tocarse los rumbos del Colegio El Salvador con la presencia de don Pedro: cuando un grupo de vecinos decide fundar la división secundaria del colegio, también lo contó entre las personas que colaboraron y apoyaron activamente su creación. Aquella iniciativa vecinal se integraría con la parroquia de Marcos Paz y entre todos, lograrían para Yerba Buena  la primera institución de secundaria de la comuna.

Así los años fueron siguiendo su curso, Yerba Buena era un paraíso muy atractivo para nuevos habitantes y también nuevas actividades, nuevos comercios. Llegó el tiempo en que ya no salía a colocar inyecciones, ya no era necesario; había otras alternativas que cubrían esa necesidad. Pero siguió haciéndolo en su farmacia. Muchos recuerdan y cuentan cómo, siendo niños, eran llevados por sus padres para esas ocasiones y luego de la inyección, en un gesto cómplice, don Pedro abría su cajón con golosinas y les obsequiaba, ayudando al pequeño enfermo a superar el mal rato. Después repetiría esas travesuras con sus nietos, aunque sin inyecciones y “a espaldas” de sus hijos, pero eso es otra historia.



La farmacia fue también, por muchos años, casi un centro social; era común que muchas personas “jugaran al peso”, para lo que se usaba la balanza de la farmacia, de uso libre y gratuito para cualquiera. Obviamente que el objetivo de las balanzas en las farmacias no era precisamente que la usaran para ese juego, pero era una costumbre, cosas de la época. 

Coincidían también en esa esquina, las reuniones de amigos por la tarde / noche temprana. Esa esquina marcó durante muchos años lo que era “el centro” de Yerba Buena. Los lustrines, infaltables en la vereda los fines de semana, cuando más parroquianos de reunían. Para muchos de ellos, esas reuniones de vereda eran una especie de “previa” a la función del Cine Astral.

Durante mucho tiempo, la farmacia también contó con una “cabina telefónica”, que estaba colocada al margen del “laboratorio”, un box de madera provisto por la compañía telefónica de entonces, en el que cualquiera podía llamar por teléfono o hacer el pedido de larga distancia, si no era local. Se abonaba según el costo de la llamada. Un servicio que si bien no tenía nada que ver directamente con la farmacia, era muy importante para mucha gente. 

Con la mejora de la tecnología, la cabina fue cayendo en desuso hasta que finalmente se retiró. (Años después volvería resumida, en forma de un teléfono público que la empresa telefónica colocó en la farmacia, donde estaría resguardado de inclemencias del tiempo y vandalismos, que los hubo siempre.)

Y en el local, los sillones de madera disponibles para quien esperara alguna receta, o una llamada de cabina, o también aquellos que la usaban para sentarse cómodamente a conversar con el farmacéutico en los momentos de poco movimiento. Hombre conversador, don Pedro nunca se negaba a una charla con amigos; eso sí, siempre en su lugar de trabajo.

Sería difícil y hasta repetitivo contar las decenas de historias que sus hijos escuchamos de personas mayores, recordando agradecidas alguna intervención de don Pedro que les quedó marcada. Sería difícil imaginar cuántas más hay que nunca conocimos.


Los cambios 

Como ya comentamos, Yerba Buena fue
Don Pedro Maderuelo en lo que fue la penúltima renovación
de su farmacia, probablemente alrededor de 1969

cambiando; las familias se multiplicaron, vinieron nuevos residentes, las casas de vacaciones de “la villa” (Marcos Paz) fueron siendo habitadas en forma permanente. Con la población también subió la demanda comercial posibilitando nuevos servicios de comercio. Sin embargo, la farmacia San Andrés siguió siendo suficiente proveedora durante muchos años más, hasta que recién en la década del 60 se instala la segunda farmacia. Luego vendrían muchas más, así como muchísimos nuevos vecinos a partir de loteos que se hicieron en lo que otrora fueran fincas o quintas de producción agrícola.

Como anécdota, recuerdo que estábamos preocupados con la llegada de la “competencia”, esa segunda farmacia. Don Pedro simplemente nos dijo “no hay que preocuparse, el sol sale para todos”. Todo un mensaje de confianza. Tiempo después, ambas farmacias llegarían a hacer una especie de "back up" en los tiempos de escasez. Si un cliente pedía en una un medicamento que no tenía, pero sí la otra, llamada telefónica mediante, el medicamento se prestaba con compromiso de devolución, sin comisiones ni participaciones por la venta. Eso se repetiría también con otra farmacia de la zona, mucho después. 

El concepto de la farmacia como servicio que sostenía don Pedro Maderuelo hacía que, en épocas de escasez de medicamentos como tantas que tuvimos en Argentina, más de una vez enviara un empleado “al centro” a comprar el medicamento en cualquier farmacia que lo tuviera y luego, entregárselo al cliente que lo solicitó al mismo precio de venta al público, absorbiendo el costo de pasaje y tiempo de personal. Cumplir era una obligación.

La entrega a domicilio era otro servicio que se mantenía a favor del cliente y de modo gratuito. El delivery no es un invento de las últimas décadas, como puede verse.

Y si bien la ciudad fue cambiando cada vez más rápidamente; nuevos barrios, negocios, shoppings, centros médicos, medicamentos industriales, lo que no cambiaba en los antiguos residentes era la confianza en su farmacéutico de décadas, a quien seguían frecuentando cuando lo necesitaban.

Don Pedro se hizo mayor y en un punto, ya no pudo seguir al frente de la farmacia; sin embargo, siguió siendo el pilar de ella desde su sitio de reposo hasta que ya no pudo más. Falleció el 27 de mayo de 1993.



En el mes de Julio del mismo año, vecinos propusieron poner su nombre a la sala de rayos del Centro Asistencial Ramón Carrillo, en cuya  inauguración fue descubierta, quedando así reflejado el reconocimiento de la comunidad a la trayectoria de don Pedro Maderuelo. 


María Ángela Maderuelo y Luis Ramón Maderuelo

Julio de 2020

Agradecemos especialmente los valiosos datos aportados por el Sr. Alberto Melitón Fuentes, "Tito Fuentes", primo hermano de nuestro padre. Gran conocedor de la historia de Yerba Buena y permanente estudioso de la misma, nos brindó muchas de las precisiones que se mencionan aquí y ayudó a ajustar algunas nebulosas en la memoria.



Misceláneas

Dejé aparte algunas percepciones muy personales. De las muchas, compartiré algunas que me resultan interesantes.

La calle Pedro Maderuelo

Hace ya algunos años, el Concejo Deliberante de la ciudad propondría y llevaría a cabo poner su nombre a la continuación de la Avenida Solano Vera al norte, hasta entonces "Calle Arroyo", que en rigor era "Manuel Andrés Arroyo y Pinedo". 

La alcantarilla cazatobillos

En la parte de la calzada de la calle por la Solano Vera había dos “alcantarillas” que recogían el agua de las lluvias y las conducían por un canal cubierto hasta unos metros más adelante, donde se transformaba en zanja abierta. Esas alcantarillas eran una verdadera trampa para quienes se descuidaran, quedando más de uno atrapados con el pie presionado entre los pesados hierros. El esfuerzo de la víctima para sacar el pie le provocaba hinchazón casi inmediata, así que muchas veces recurrían a don Pedro para que, aceite o jabón mediante, pudiera liberar al infortunado transeúnte. 

Las cervezas de don Mohamed

Cuando en Aconquija y Solano Vera, don Pedro construye el edificio que sería definitivo, decide hacer un subsuelo para ampliar los espacios de almacenaje. 

Los obreros estaban en las tareas de excavaciones cuando descubren en medio de la tierra un hallazgo insólito: ¡Cajones de cerveza! No demoraron mucho en abrir la primera y comprobar que, además de buen estado, hasta estaban "fresquitas" allí en su heladera de tierra. Por supuesto, dieron buena cuenta de ellas. No don Pedro, que fue abstemio toda su vida. ¡Mejor para los excavadores!

Vista desde la vereda de la farmacia hacia la diagonal. Como puede verse,
se trata de dos fotos diferentes unidas vía Photoshop, respetando los
aspectos originales. (No se intenta disimular el colage, al contrario)
Arriba, de izquierda a derecha: puede distinguirse uno de los colectivos

que ya funcionaban regularmente en la zona a la fecha de esas fotos,
aproximadamente 1950. La primera casa visible, propiedad de Ernesto y y Elena Hadad, donde hoy funciona un autoservicio, "El Lapacho". Siguiendo a la derecha, la esquina de los Fuentes con el rotundo edificio del Cine Astral dominando la esquina.
El mástil, ya existente desde 1938. Al centro de la foto, el buzón postal.
En la foto de la izquierda, María A. Maderuelo (Mary); en la foto de la derecha, 
nuestra hermana mayor, Mabel Cristina. 
Nótese lo profundo de la vereda en esa época, hoy ya con la altura regulada respecto a la calle.


Suponemos que las cervezas habrían sido dejadas allí, vaya uno a saber con qué razonamiento, por el tal Sr. Mohamed, que además de dar bailes populares en esa propiedad, fue mayorista de bebidas. 

Los descansos de pueblo tranquilo

Al cierre de la farmacia se aprovechaban las temperaturas reconfortantes de la nochecita, descansando en alguna silla o sillón de mimbre que se instalaba en la vereda, al lado de uno de dos los naranjos que adornaban y perfumaban nuestra vereda. El tránsito tanto de vehículos como de personas era relativamente escaso y voy al punto: no había quien pasara sin saludar con cortesía y afecto, saludo que quienes estábamos ahí devolvíamos, por supuesto. Y esto sucedía aún en la década de los 50 y parte de los 60. Los vecinos aún se conocían.

Como nota al margen, si alguien necesitaba proveerse de medicamentos o hasta de un chupete, ahí encontraría a don Pedro, que aunque estuviera ya cerrada la farmacia, cubriría los requerimientos del vecino.

La rutina de trabajo

Su jornada iniciaba temprano, y antes de abrir las persianas de la farmacia, abría primero la puerta de la casa, que quedaría así, de par en par, durante todo el día. Jamás hubo un intruso que tomara ni un alfiler, hasta que sufrimos un primer robo ya en la década de los 90. Yerba Buena, definitivamente, había cambiado.  

Siesta, cierre obligado, eso sí. 

El súper biberón irrompible

Presencié esta situación desde el nivel del mostrador, que era mi altura en ese momento. Había surgido la gran novedad de un tipo de vidrio irrompible y entre otros productos, cierta marca decide producir biberones con esta característica. Mi padre lo comenta con un amigo, orgulloso de la nueva mercancía. Para probar la veracidad de lo promovido por el "viajante" de la marca y la marca misma, toma una unidad, la levanta hasta donde le llega el brazo y al mejor estilo de un lanzador de béisbol, la dispara contra el piso de granito de la farmacia.

Resultó que "granito mata vidrio irrompible" y el citado elemento se destruyó en incontables pedacitos. Calculo que algunos pueden haber llegado hasta el mismísimo Mástil. Me suenan todavía las carcajadas que lanzó, riéndose del resultado de su ocurrencia. Le sirvió para definir el alcance del concepto "irrompible" de la fábrica: si la tira un bebé sin querer, puede. Un pitcher de las grandes ligas, no tanto. 

Breve sueño: el Cine Novel

Cerca de 1967/68, su primo Américo Fuentes comienza conversaciones con él para analizar la posibilidad de hacer un cine en un terreno en la esquina noreste de 25 de Mayo y Uruguay, en San Miguel de Tucumán, heredado de sus padres por don Pedro. Américo contaba con las máquinas proyectoras y con el “know how” del negocio, ya que junto a su hermano Alberto se ocupaban de la explotación del Cine Astral de Yerba Buena, iniciado por Melitón Fuentes. Finalmente comienza la obra y sería concluida después de muchos esfuerzos y sacrificios

"Tito" Fuentes nos ayuda con datos detallados: El cine Novel se inaugura el 23 de setiembre de 1970 con “La leyenda de la ciudad sin nombre”, con Clint Eastwood, Lee Marvin y Jean Seberg con la dirección de Joshua Logan.

(Novel de “nuevo”, por lo tanto se pronuncia “Novél”, aunque la mayoría de las personas lo acentuaban como si del amigo Alfred Nobel (1833-1896) se tratara, el que además de inventar la dinamita, fue el creador de los famosos premios que llevan su nombre.).

Se trataba de una sala pequeña pero muy bien conformada, buen equipamiento, excelente imagen y sonido y una pantalla enorme que parecía aún más por la breve longitud de la sala.

El arranque fue complicado en términos de taquilla. Cuando comenzó a formar habitués y hacerse de nombre “dentro de las avenidas”, la situación que se vivía en aquellos años con la guerrilla, los controles, vallados y demás inconvenientes no hacían muy confortable pasar por la 25 de Mayo frente al entonces distrito militar y la ubicación le jugó en contra, además de que toda la industria cinematográfica entró en crisis, aunque deberíamos decir, toda la economía. El mismo mes del cierre se daría lo que llamamos el "Rodrigazo". Este conjunto de penares daría fin a una gran cantidad de salas entre las que se contó el Novel cuando aún no había “cumplido” su quinto año de existencia. 

Cerró en junio de 1975 y allí terminó la segunda participación de Don Pedro en esa actividad. 

Otras actividades y hobbies de don Pedro

Hombre curioso y activo, creció colaborando con las muchas veces duras tareas en el almacén de sus padres, incluyendo la de hachar leña para la venta. No había trabajo que hubiera que hacer al que le fuera esquivo. Cuando decidió hacer unas estanterías de madera entre los dos casetonados del sótano, ahí estuvo con maderas, serruchos y clavos con ayuda de uno de sus empleados. (Y yo, Luis, metido también ahí, chocho de compartir esos tiempos y actividades).

En sus inicios, también incursionó con un pequeño laboratorio fotográfico donde revelaba y hacía las copias de sus fotos y si cabía, de quien se lo encargara. Una filmadora 16 mm. también formó parte de sus intereses, aunque sólo para algunas pocas tomas familiares; no había mucho espacio para más. En una época, producción avícola en el amplio fondo de su casa, por algún tiempo. 

Y sólo para la familia, la producción de una exquisita granadina que repartía a parientes que la disfrutaban. No es traición de la memoria afectiva: jamás encontré una granadina "de marca" que se igualara siquiera a esa preparación exquisita.

También la cooperativa Empresaria de Tucumán, luego Banco Empresario de Tucumán coop. Ltda lo contó entre sus asociados. No los más noveles, pero sí en las primeras épocas. Integraría un período de los directorios del Banco en la década de los 80.

Sus raíces

La España natal a la que no llegó a conocer estaría siempre presente en él, cosa que nos transmitió a sus hijos, haciéndonos amar su terruño, quizás sin darse cuenta. 

También él, pese a haber nacido allá, generó esos afectos a través de referencias familiares, padre, madre, tíos, hermana mayor. Y fueron tan fuertes como su amor y agradecimiento por la patria en la que creció y se formó. 

Una fuerte puja de amores en la que nunca podría haberse definido un ganador.