Combinaciones de nombres y frases
ingeniosas
Combinaciones de nombres y frases
ingeniosas
Canto y caireles
Ana María, trepada en una escalera, limpiaba los caireles de una
luminaria mientras cantaba a media voz.
El
niño contemplaba la escena y con inocente curiosidad, le preguntó: ¿Por qué
cantas cuando trabajas?
Ella sonrió y le dijo: “Porque si canto, los caireles quedan más lindos
y brillantes”
(Anécdota real contada por un amigo, aprox. 1960)
Luis R. Maderuelo
Yerba Buena, febrero de 2020
LA PUERTA
Imagen: collage en photoshop con fotografías propias |
(1) Lo menciono por su nombre de pila, “Adán”, aunque debo aclarar que él prefería presentarse siempre con el apelativo “Colo”, por las cansadoras bromas de connotación bíblica que solía generar su nombre.
Esa mañana volaba bastante internado en la zona desértica cuando su motor falló y tuvo que aterrizar. Pudo tocar tierra sin daños gracias a su pericia, combinada con la versatilidad del aparato y unos beneficiosos vientos de ese momento.
Revisó el motor y comprobó que sería imposible hacerlo funcionar. El fallo era menor, pero irreparable sin el repuesto de la pieza arruinada.
Miró a su alrededor, sólo para comprobar lo que ya sabía antes de descender: había arena y piedras en los 360 grados a la redonda, aunque… hacia el Oeste, en la cima de una duna, aparecía una figura que le llamó la atención. No distinguió bien la forma, se veía como un rectángulo puesto verticalmente con bordes muy definidos; de ser una piedra natural, sería bastante extraño. Notó que justo en esa dirección se podía ver, muy al fondo, el famoso pico con nieves perennes, lugar místico entre los aborígenes(2).
(2) Una leyenda milenaria afirmaba que allí vivían seres celestiales, en un entorno de pródiga naturaleza y ambiente de paz. También decía que aunque muchos lo intentaron, nadie había sido capaz de entrar en el lugar. Ancianos contaban que en su juventud, en varios de sus intentos por acceder a ese espacio mágico, lograron escuchar exquisitas melodías que los colmaron de paz. Uno de ellos dijo que logró ver haces de luces que, reflejadas en las nubes, danzaban con encantadora gracia. La leyenda también revelaba una profecía: llegaría el día en el que a un mortal, a un elegido, se le permitiría entrar, con la misión de aprender los secretos de la felicidad, para luego regresar y derramar esa sabiduría en el mundo de los humanos.
A todo esto, su celular no tenía señal, de modo que decidió subir esa duna en busca de las tan preciadas “barritas” y de paso, satisfacer su curiosidad respecto de esa figura.
Estaría por la mitad de la subida cuando pudo definir de qué se trataba ese elemento: era una puerta, o eso parecía. Lo confirmó poco después: una rústica puerta de madera maciza estaba cerrada en un formidable marco, este último firmemente fijado al suelo.
Extrañado, la rodeó inspeccionándola por todos lados buscando una pista que pusiera lógica al descubrimiento, pero sólo notó la contundencia del material, la factura artesanal y el acabado opaco dando evidencia del paso del tiempo. Sólida, de gran espesor, la adornaba un picaporte de hierro, bajo el cual estaba el ojo de la cerradura. Casi como una travesura, se inclinó a mirar por ahí, pero nada se veía. La abertura sólo estaba del lado que daba hacia el Este. Rodeó nuevamente la estructura y comprobó que el frente que daba al oeste no tenía ni picaporte ni ojo de cerradura. “Bueno”, pensó, “Arreglado estaría el que cruzara esta puerta, si se le cerrara”.
De pronto se dio cuenta de una curiosa casualidad: la posición de su ultraliviano, del extraño cerramiento y del vértice del pico nevado mostraba un perfecto alineamiento, tanto en dirección como en pendiente. “Si lo hubiera querido hacer a propósito no me salía tan bien”, pensó, sin dar más importancia a ese capricho del azar.
En cambio, la intriga que tenía por la presencia allí de ese objeto fue en aumento. Sintió un fuerte impulso a presionar el picaporte y abrir la puerta, cosa que hizo, encontrándose con que la cerradura estaba puesta y la puerta bloqueada.
Aquello se transformó en una cuestión personal; debía abrir esa puerta. Se fijó en los costados del marco, pero ni allí ni en la parte superior había llave alguna. Sacó una navaja suiza que siempre llevaba consigo y con alguna de esas piezas comenzó a manipular la cerradura, tema del cual no era experto pero que alguna vez había analizado. Le llevó su buen rato y finalmente escuchó el tan ansiado “click” del pestillo retrocediendo. Tomó unos segundos antes de pasar a la inminente etapa posterior.
Casi ceremonialmente, apoyó su mano en el picaporte, lo giró y con un suave empujón, la puerta se desplazó unos centímetros. No supo porqué, esperó tomando aliento y finalmente la abrió.
Cruzó el portal con un par de pasos. Su visión se llenó con el magnífico paisaje de ondulantes dunas, con rocas, algunos pastos de altura y al fondo, el pico de la montaña legendaria de nieves perennes, en fin, todo lo que ya había visto antes de abrir la puerta.
“Pucha…” pensó con un dejo de tristeza.
Una inesperada ráfaga de viento lo sacudió y cerró la puerta produciendo un fuerte estampido que lo sobresaltó. Al escuchar el ruido, recordó que la puerta no tenía picaporte ni ojo de cerradura en el lado que daba al Oeste, donde él estaba en ese momento. Giró sobre sí mismo y comprobó: ¡La pesada hoja se había cerrado!
Sintió una vibración en el pecho y escuchó una melodía como difusa, apagada; supo que era un aviso. Un aviso del celular que tenía en el bolsillo de la camisa. Tenía señal.
Pasó la puerta por el costado y se detuvo un momento para marcar un número y llamar al fijo del aeroclub. “Hola, ¿Pepe? Que tal, che, habla el Colo, te cuento…” comenzó diciendo.
Luis R. Maderuelo
Yerba Buena, Tucumán, febrero 2011
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Éste fue el final que elegí para este cuento.
¿Cómo sería para vos el final de esta historia?
Podés escribirlo en los comentarios
OFICINA DE INFORMES
En la ajetreada mañana metropolitana, el hombre se paró en la vereda del frente de un local mediano, tirando a chico, con puerta y vidriera esmeriladas y un gran cartel que ocupaba los casi seis metros de frente con una palabra: “INFORMES”.
Esperó un rato para tomar coraje y cruzó la calle. Se detuvo un segundo ante la puerta de blindex, que lucía una calco del lado exterior: “Informes aquí”. Miró a todos lados para asegurarse que nadie estuviera viéndolo y entró rápidamente.
Un expendedor de turnos, de esos redondos enormes
y rojos, con un par de tickets saliendo como la lengua de un galgo, portaba un letrerito:
“Informes, sacar número”.
El local estaba vacío; aún así tomó un número, para luego elegir al empleado que estaba en el rincón menos visible. Se acercó a él y se acodó de costado en el mostrador, mirando a cualquier lado intentando parecer desentendido. Murmurando entre dientes, se atrevió a preguntar: ¿informes?
Sí. Contestó el empleado, también entre dientes, mientras se hacía el distraído, como que escribía algo.
Bien. Dijo, entregando disimuladamente el numerito al empleado. Tengo.
Ahá
De mi vecino.
Ahá
García, se llama.
Ahá
Sí. Afirmó tontamente en absurdo intento de ganar tiempo
Prosiga, lo estimuló el empleado.
Ya estaba jugado, no había marcha atrás. Finalmente lo lanzó:
Mi vecino cambió de sodero. Dijo mientras bajaba la mirada intentando ocultar la vergüenza de haberlo mencionado.
El empleado se congeló. Dejó de
mirar el mostrador con el falso escrito para clavar sus ojos con dilatadas pupilas en el visitante, que recién entonces levantó temerosamente su mirada.
¿Puede asegurar eso? ¿Cuándo fue? Preguntó el
empleado sin ocultar su ansiedad.
No tan rápido, contestó el hombre. ¿A
cuánto cotizan ustedes esta información?
Tras mirar una de las pantallas disponibles
en el mostrador y teclear algo, le respondió: Doce dólares, cash.
¡Hecho! Dijo, tras lo cual, ahora sí respondió a la pregunta:
Sí, estoy seguro. Yo mismo lo vi. Fue ayer a la mañana. 10:35 A.M. exactamente. Estaba el
camión de la empresa… hizo un gesto
con la mano izquierda pidiéndole al empleado que se acerque, le susurró el nombre al oído y
continuó: Conversaron y los del camión dejaron dos
cajones de seis sifones cada uno. Luego se dieron la mano y mi vecino se metió
en su casa con total desfachatez.
Increíble, increíble. ¿Algo más? Comentó el empleado
mientras registraba los hechos en los sistemas.
Sí. Pero irá recibiendo la información de a
poco, tengo que ser prudente. Esto es todo por ahora.
Entiendo. Mejor así. Pase por caja con este
código, expresó mientras le pasaba un papelito escrito con una birome.
Se acercó a la caja, donde una cajera de mal talante le recibió el papelito con el código. Son 12 dólares, dijo ella. Sí, confirmó el hombre que, tras pagar, se retiró.
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Luis R Maderuelo
Enero de 2021