El Privilegio
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Ilustraciones y fotos propias lrm |
Carlos González era un hombre promedio.
De carácter tranquilo, quizás un poco retraído desde que murió su esposa Alina hace muchos años, cuando aún no habían cumplido un año de casados.Carlos tenía sus falencias,
nada que lo hiciera una mala persona, muy lejos de eso. Tenía sus virtudes,
tampoco alguna que lo hiciera extraordinario, pero sí lo hacían una muy buena persona.
Responsable en su trabajo, amable con sus compañeros, cumplidor, afectuoso, era apreciado por todos en la empresa. En su trabajo hacía casi lo
mismo todos los días; sin embargo no era una actividad rutinaria en el
sentido agobiante de la palabra. Lo pasaba bien y sabía tomar distancia de su
vida privada con las horas de trabajo. Sin embargo, hacía días que algo se le
cruzaba de vez en cuando mientras estaba en la empresa.
A poco tiempo de enviudar, tomó la
decisión de aprender a pintar. Autodidacta, se ayudó con bibliografías primero,
internet después. Logró ser bastante bueno. Nunca pensó en exponer, sus
pinturas no eran un objetivo; sí lo era el proceso de pintar al que se entregaba completamente, cualquiera fuera el motivo elegido. Sentía que su propia
naturaleza se transfería en sus pinturas.
El caso es que había pintado un
paisaje. Un extenso jardín con una modesta casa a la que se accedía por un
senderito como de cuentos infantiles. Estaba conforme con los detalles que pintó; pero algo le sonaba
insuficiente. Ese pensamiento lo asaltaba de vez en cuando en el trabajo. Algo
le faltaba a su cuadro.
Miércoles
Un día, al regresar a su casa y revisar
el correo, entre las infaltables facturas de energía eléctrica, propagandas de TV por
cable, catálogos varios, etc., encontró un sobre a su nombre y sin remitente. Contenía una carta que decía:
Sr.
Carlos González
Comunicamos a Ud. que ha sido seleccionado entre miles de participantes
para formar parte de un selecto grupo de beneficiados.
Para mayor información deberá Ud. apersonarse en (coordenadas de GPS).
Agradeceremos llevar la presente nota como constancia.
Lo esperamos.
Raquel Ordóñez
Gerencia de relaciones públicas
Nunca había participado en
algo para lo que pudiera estar seleccionado, de modo que esto no era más que
una de las conocidas estafas en las que se pide dinero con variadas excusas, a cambio de promesas de más dinero o "valiosos premios". Hizo un bollo con el papel y el sobre y lo arrojó
al basurero.
Fue a la habitación donde montó su
atelier. Se sentó frente al cuadro que lo inquietaba y lo miró como
preguntándole qué le faltaba. A su vez, contemplaba con gran satisfacción lo
que había logrado hasta entonces.
Finalmente el cansancio le ganó y fue a dormir.
Jueves
Al día siguiente, después de su jornada
de trabajo, en su correo había otro sobre similar al del día anterior. Esta vez contenía
una carta que decía:
Sr. Carlos González
Reiteramos que ha sido Ud. seleccionado entre miles de participantes.
En ningún momento se le solicitará ni dinero ni bienes. Tampoco los recibirá.
Sin embargo, es importante que se apersone en (coordenadas de GPS) a los
efectos de recabar más información.
Lo esperamos.
Raquel Ordóñez
Gerencia de relaciones públicas
Sintió algo incómodo al leer
la explícita aclaración y reconocer en ella lo que había pensado.
Casualidad, por supuesto, pero parecía que le hubieran leído el pensamiento.
Por otra parte, recién cayó en cuenta de algo que recuerdó haber visto
también en la primera carta, sin haberse detenido en ello: no había dirección a
la que dirigirse, sino datos para el GPS.
Esta vez no tiró la carta. La puso en
la segunda bandeja de la estantería turquesa de su atelier, cenó y fue a dormir.
Viernes
Al día siguiente en la empresa, el
texto de la carta le apareció en sus pensamientos de cuando en cuando. Pero, al
ser viernes y de yapa con feriado el lunes siguiente, las exigencias del
trabajo se incrementaron mucho; eso lo distrajo y pronto olvidó el tema
de la carta.
Al llegar a su casa un nuevo sobre.
Esta vez sólo decía:
“Sr. (etc) …
Por favor, lea cuidadosamente la misiva de ayer, que Ud. puso en la
segunda bandeja de la estantería turquesa de su atelier.
Atentamente… etc.”
Para broma, era demasiado. Tendría que ser
alguien que lo conociera mucho, su afición a pintar no era muy conocida y sólo
parientes y amigos muy cercanos habían visitado su atelier alguna vez. ¿Quién
de ellos haría algo tan torpe? De ser así, lo estarían vigilando, para saber dónde había puesto la carta del día anterior.
Por supuesto, fue inmediatamente a
buscar la carta. ¿Alguna letra chica se le había escapado, alguna marca de
agua? Buscó la carta del día anterior y leyó nuevamente:
Sr. Carlos González
Reiteramos que ha sido Ud. seleccionado entre miles de participantes.
En ningún momento se le
solicitará ni dinero ni bienes. Tampoco los
recibirá.
Sin embargo, es importante que se apersone en (coordenadas de GPS) a los
efectos de recabar más información.
Lo esperamos.
Raquel Ordóñez
Gerencia de relaciones públicas
PD: Como puede notar, no es éste un tema de broma. Y reiteramos: Recuerde que se trata de un privilegio para muy pocos, Ud. está
entre ellos.
Muy importante: No olvide llevar las dos cartas que están en su poder.
¿PD? Definitivamente, esa postdata no
estaba el día anterior. Y una vez más el texto hacía referencia a lo que él había pensado,
incluso ese mismo día, apenas minutos atrás. Esto superaba cualquier fantasía y colocaba la situación en otro estadio. Decidió que al
día siguiente acudiría temprano al lugar. En la empresa no trabajaban los sábados.
Sábado
Desayunó, cargó las coordenadas en el
celular y partió. Tras un tiempo de andar por caminos que nunca había andado,
tuvo que bajar la velocidad por una intensa niebla, nada extraño para esa
época.
La neblina se despejó poco antes de
llegar a destino. El aparatito lo dejó justo en la entrada de un camino
privado. Estacionó y fue caminando un trecho hasta una caseta de vigilancia. Un
hombre de mediana edad estaba apoyado en la tranquera.
Buen día, me llamaron de aq…. Comenzó diciendo,
pero el hombre interrumpió:
Buen día, Carlos. Sí, es a mí a quien
tiene que ver. ¿Trajo las dos cartas?
Sí, aquí están, dice Carlos. A esta altura, el hecho de que el
hombre supiera quién era él y que lo esperara, no hacía más extraña la
situación.Venga, acompáñeme ahí cerca, pasando el
codo del camino, dijo el cuidador o quien fuera esa persona,
mientras se guardaba las cartas en el bolsillo y al mismo tiempo, le mostraba
el giro del camino detrás de una frondosa y alta pared de ligustros que cubría los lados.
Al entrar al codo no había más
ligustros. “¿Le resulta
familiar?” Dijo el hombre, mientras le mostraba
un gran jardín con una modesta casa en el medio. El paisaje y la
casa que él había pintado.
Quedó estático. Nunca había tenido
premoniciones o visiones del futuro, aunque aquí estaba la evidencia de que
algo de eso hubo. De alguna manera había visualizado ese lugar y pintado a la
perfección cada detalle.
“Bueno, hasta aquí llegamos por
ahora”, le
dijo el guardia con toda naturalidad. “La
etapa que sigue es que usted tendrá que hacer cuadros del living de la casa,
los cuartos, la cocina y hasta el baño”.
Carlos seguía atónito y varios segundos pasaron hasta que le llegó el mensaje al cerebro.
¿Qué? ¿Por qué habría de hacer eso? ¡Nada de esto tiene sentido! Reclamó ante el hombre, a lo que siguió lo que se
le acababa de ocurrir: ¡Claro, ahora estoy
viendo la pata a la sota! Para entrar a ese club tengo que obsequiar una serie
de obras, etc. Lo que supuse desde el principio.
Se equivoca, Carlos. A los cuadros se
los queda usted, no tiene que entregarlos a nadie. Tampoco se le pagará por ese
trabajo, así se le comunicó. Ni entrega ni recibe dinero o bienes. Sólo es un
trámite para entrar a la comunidad. Y no es un “club” tampoco.
Esto es insano, definitivamente.
Amigo, hasta aquí llegamos, me voy y dígale a quien esté organizando esta… esta…
esta lo que fuera que sea, que no cuente conmigo. No sé porqué vine, un gusto y
adiós. Carlos hace un vago gesto con la mano tipo saludo y enfila hacia su auto.
El hombre lo mira y, seca
pero amablemente, le dice: Usted
lo hará.
Carlos sonrió entre nervioso, molesto y
aún confundido. ¿Qué es esto? ¿Una amenaza?
Ninguna amenaza, tranquilícese,
Carlos. Simplemente, usted lo hará, sólo eso. No hay amenaza. No hay presiones.
Es simple.
Quedó con tal nebulosa en su mente que
llegó a su casa prácticamente sin ver el camino. Condujo y hasta cruzó la niebla
en “piloto automático”, se podría decir.
Dejó el auto en la cochera y buscó en el buzón alguna carta nueva de este inexplicable remitente: esta vez sólo había un folleto de una ferretería.
Se preparó un té y trató de relajarse.
Se había acostumbrado a estar solo en su casa, pero esta vez decidió almorzar fuera; elegiría el lugar en el que hubiera más gente, como para
volver a una realidad que aún no reconocía.
Después de comer, dio una larga caminata de azarosos
derroteros hasta que decidió volver a su casa. De cena, un café con leche con
unas galletas y una dosis de mala TV hasta eso de las 12 de la noche. Chau, a
dormir.
Domingo y lunes
No pudo dormir; apenas dos horas más tarde, se
despertó. Fue al atelier a mirar el cuadro de la casa, buscó sus pinceles y
pinturas. Ahora que había visto el lugar en la realidad, le pareció que lo que faltaba
era un banco en el jardín y pintó uno, hermoso. Dejó ese cuadro de lado y
preparó un lienzo. Pintaría el living.
¿Cómo sería? Ni idea, jamás entró a
la casa. Decidió entonces hacerlo como a él le gustaría que fuera, no importaba
que reflejara o no la realidad de la casa.
No podía creer, estaba cumpliendo la
predicción del guardia. O quizá sería “obedeciendo”, no importa: el pincel
guiaba su imaginación. Los detalles se iban imponiendo hasta en los pequeños
adornos que imaginaba. La adrenalina le crecía al extremo que al amanecer ya
había terminado la pintura, pero no fue a descansar, no podía: ahí mismo
preparó otro lienzo y pintó una habitación, luego otra y así hasta terminar con todo el interior de la casa a la medianoche del lunes, que como recordarán, era feriado. Un récord
increíble, apenas habría dormido tres o cuatro horas en casi tres días. Estaba
como en trance.
Martes, cero horas
Puso los cuadros en fila, a la vista.
Detuvo la mirada en un detalle de tres de ellos: el sillón del living, la cama del dormitorio, el
banco del jardín. De pronto decidió que Alina debía estar en esos cuadros.
Nuevamente al caballete, uno por uno. La
pintó alegre en el banco del jardín, relajada en el sillón grande del living, durmiendo
serenamente en la habitación. Recién entonces comenzó a tranquilizarse y sintió lo que se siente cuando una tarea está satisfactoriamente cumplida.
Sintió, también, el cansancio. Media mañana
del martes, debía haber entrado a la empresa a las ocho. No había caso ya.
Levantó el teléfono, habló con su jefe y pidió disculpas al tiempo de aclarar
que no podría ir, que se sentía raro y cansado. Carlos jamás
pedía permiso y no hubo problema alguno. Con la conciencia tranquila, fue a
dormir a las 10 de la mañana.
Miércoles 2ª semana
Al jefe le llamó la atención que el
miércoles tampoco apareciera por el trabajo. Llamó al fijo y al celular de
Carlos, pero no atendía el fijo y el celular estaba apagado. Jamás pensó que
estuviera faltando sin motivo, de modo que, no por control empresarial sino por
solidaridad y precaución, mandó al médico de la empresa.
El médico asistió pero Carlos no
respondió al timbre. El médico llamó al “contacto familiar de emergencia”, Raúl
González, sobrino de Carlos. Cuando entraron a la casa se dieron cuenta de que ya era tarde.
“Todo indica que sucedió mientras dormía. Calculo que entre las 11 y las 13 de ayer martes”, dijo el forense y
agregó: “Su rostro muestra una serena
expresión de paz, muy inusual”. A lo que agregó explicaciones forenses que no vienen al caso.
Raúl y su hermana Mónica se hicieron
cargo de todo, eran sus únicos parientes consanguíneos.
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Viernes 2ª semana
Raúl y Mónica revisaban las cosas de la
casa de Carlos, buscando elementos para trámites de rigor.
Mónica encendió la computadora buscando
algún dato que pueda ser útil en esas circunstancias. Allí encontró el código del
celular, poniéndolo también a funcionar.
Mirá, el sábado fue a algún lugar,
está marcado un destino en el celular. Pero es raro, entré a curiosear en Google y ese
punto está en medio de un maizal, toda la zona es de
plantaciones, según las fotos satelitales. Algo está mal indudablemente, dijo Mónica
Raúl, se acercó, curioso. Será un registro antiguo del Google, ¿a ver? Pero
no. Las fotos satelitales son recientes, de pocos meses atrás. Puros cultivos.
Un error del tío, sin duda. Y
siguieron con sus exploraciones.
Cuando llegaron al atelier, vieron los
cuadros cuidadosamente alineados uno al lado de otro.
¿Alguna vez viste estos cuadros? Mirá, dice
Mónica. Al paisaje con la casa lo vi alguna
vez, pero no estaba el banco, si no recuerdo mal.
¿A
ver? Dice Raúl. Sí, a éste es el único que vi y como vos decís, no estaban ni tío Carlos ni tía Alina en ese banco, ni el banco. ¡Estos cuadros son una belleza! Nunca había
llegado a ese nivel de perfección. La expresión de ellos en el banco del jardín es alegría
pura, hermoso.
Emocionados vieron el cuadro del
living: su tío estaba en el imaginario lugar atizando el fuego del hogar, cerca del
sillón donde reposaba Alina. También estaba en el cuadro de una de las habitaciones, de pie al lado de la ventana, mientras su esposa dormía
serenamente.
Sí, estos cuadros son muy recientes. Es como que tío Carlos representó en
pinturas los momentos que le hubiera gustado vivir con tía Alina, dijo Raúl.
O quizás, como si hubiera diseñado su
propio Paraíso, concluyó Mónica.
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Ilustraciones y fotos propias del blog lrm |
Luis R. Maderuelo
Diciembre 2020
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