Aunque actualmente está en muchas páginas web, no quiero dejar de compartirlo en el blog.
Ago 2000
Mi
primo Len encontró su maravilloso adjetivero en una casa de
empeños. Suele visitar las casas de empeño de la Segunda
Avenida porque, según dice, son un alivio comparadas con la
naturaleza. Al
primo Len no le gusta mucho la naturaleza. Se pasa la mayor
parte del tiempo al aire libre juntando material para El
sabor y el saber de los bosques, una sección que escribe,
y dice que preferiría ser plomero.
Así que
recorre las casas de empeños en el tiempo libre, llevándose
equipos de proyección estereoscópica (vistas de la Feria
Mundial, Chicago, 1893), relojes que dan la hora sonoramente,
y caballitos de porcelana que sostienen escarbadientes en la
boca. Mi mujer y yo admiramos mucho estos objetos. Hemos
estado viviendo con el primo Len desde que salí del Ejército,
mientras esperamos conseguir casa propia.
Así
que también admiramos el adjetivero. Tenía la elegancia de líneas
de una toma de incendios, aunque era un poco más pequeño y
de peltre. Creíamos que se trataba de un salero y también el
primo Len lo pensó. Descubrió que en realidad se trataba de
un adjetivero cuando estaba trabajando en su artículo, al día
siguiente de comprarlo.
“Las
ramas enjoyadas de la foresta hechizada están fúnebremente
silenciosas”, había escrito. “La mano helada como
de acero del invierno ha aquietado su verde murmullo estival.
Y las notas argentinas, como de flauta, de sus innumerables
aves tornasoladas han desaparecido”.
A
esta altura, como es natural, se tomó un descanso. Y empezó
a examinar el salero. Le estudió la parte inferior en busca
de la marca de fábrica, haciéndolo girar en las manos, con
la tapa a dos centímetros y medio de lo que había escrito, y
un momento después vio que el manuscrito había cambiado.
“Las
ramas de la foresta están silenciosas” leyó. “La
mano del invierno ha aquietado su murmullo. Y las notas de las
aves ha desaparecido”.
Ahora
bien, el primo Len no es ningún tonto, y reconoce una mejora
cuando la ve. Volvió a poner manos a la obra, escribiendo con
el estilo de siempre, pero esta vez redactó un artículo dos
veces más extenso. Y después le aplicó el adjetivero, moviéndolo
de aquí para allá como un magneto, recorriendo cada línea.
Y los adjetivos y los adverbios desaparecían de la página,
con un leve silbido, como partículas de pelusa dentro de una
aspiradora. Cuando terminó, el artículo tenía la extensión
exacta, y el estilo más agudo y límpido imaginable. Por
primera vez, como lo comprendió el primo Len, el artículo
parecía decir algo. Luisa, mi mujer, dijo que casi daban
ganas de salir e ir a los bosques, pero el primo Len no
pensaba que eso estuviera bien.
Desde
entonces mi primo Len usó el adjetivero en todos los artículos,
y mediante la experimentación descubrió que, a dos centímetros
y medio de distancia del papel, absorbía todos los adjetivos,
hasta los más pesados. A cuatro centímetros, sólo adjetivos
de peso mediano; y a cinco, sólo los de tres o cuatro letras.
Gracias a un cuidadoso control, mi primo Len ha podido
producir artículos sobre la Naturaleza cuya masa de lectores
ha crecido día a día. “Es el mejor material de lectura
del diario, junto a las necrológicas”, le escribió una
anciana. Lo que ella quiere decir, me explicó Len, es que el
artículo que se publica junto a las necrológicas, en la página,
es el mejor material de lectura en todo el diario.
Mi
primo Len siempre espera hasta que nosotros estemos en casa
para vaciar el adjetivero: nos gusta estar presentes. Se llena
una vez por semana y Len desenrosca la tapa
y, golpeándole el fondo como si fuera una botella de
salsa de tomate, lo vacía por la ventana que da a la Segunda
Avenida. Y allí, atrapados por la brisa, los adjetivos y los
adverbios flotan sobre la calle y las veredas como una nube de
confites casi invisibles. En cierto modo se asemejan a fideos
en miniatura de una sopa de letras, unidos entre sí y hechos
con el más delgado celofán.
No
se los puede ver a menos que la luz sea la indicada, y en su
mayor parte son incoloros. Algunos tienen delicados tonos
pastel, sin embargo. “Muy”, por ejemplo es rosa pálido;
“Exuberante” es verde, desde luego; e “Indudable”
de un color gris sucio. Y hay una palabra, la favorita del
primo Len cuando más odia a la Naturaleza, que se parece a un
trozo de la tirilla roja y brillante que cierra los paquetes
de cigarrillos. Tal palabra no puede ser revelada en un relato
que puede ser leído por las familias.
La
mayor parte de las veces los adjetivos y los adverbios
sencillamente caen a la calle, y desparecen como copos de
nieve al tocar el asfalto. Pero en ocasiones, cuando tenemos
suerte, caen de lleno en una conversación.
Un
día la señora Gorman pasaba bajo la ventana con la señora
Miller. Venían de hacer las compras. Y una pequeña ráfaga
de adjetivos y adverbios cayó exactamente en medio de lo que
decía.
“Los
precios, en estos días apacibles –señaló– son
evanescentes, trascendentales, y sencillamente impresionantes.
Toma en cuenta mis maníacas palabras: las cosas están yendo
directa y superlativamente para el centelleante, indomable y
alegórico carajo.”
La
señora Gorman se quedó bastante sorprendida, desde luego,
pero afrontó la situación con elegancia, sonriéndole con
majestad y condescendencia a la señora Miller. Siempre había
sostenido que sus antepasados eran reyes: ahora pretende que
además eran poetas.
Una
vez le sugerí al primo Len que conservara los adjetivos, los
envasara en frascos o latas prolijamente etiquetadas, y los
vendiera a las agencias publicitarias. Sin embargo Len señaló
que no le alcanzaría la vida entera para suministrarles las
cantidades necesarias. Aún así, conservamos varias cajas de
zapatos llenas que llevamos con nosotros cuando hicimos un
viaje turístico a Washington. Y allí, en la galería para
visitantes que da sobre el Senado, las vaciamos con prudencia
en dirección a un enorme ventilador eléctrico dirigido hacia
abajo. Se desparramaron en una gran nube y bajaron derivando a
través de un animado debate. Sin embargo algo debe haber
fallado esta vez, porque las cosas no sonaron distintas en
absoluto.
Aún
seguimos empleando el maravilloso adjetivero, y los artículos
del primo Len mejoran sin cesar. Hace poco apareció una
recopilación reunida en un volumen, que probablemente ustedes
han leído. Y se habla de vender los derechos cinematográficos.
A nosotros también nos resulta útil el adjetivero para
redactar telegramas, y yo lo usé, por lo general a una
distancia de cuatro centímetros, para escribir esto. Por eso
es tan breve, desde luego.
Walter Braden Finney
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Me gustará conocer tu opinión!
Los comentarios con opiniones responsables, estén de acuerdo o no con lo publicado, serán publicados.
Comentarios fuera de contexto, con palabras ofensivas o agresiones de cualquier tipo no caben en este blog.