Don Tolosa miró el papel
del turno, donde estaba anotado el número de consultorio. Lo ubicó rápidamente
y se sentó a esperar.
De apariencia sólida aunque
no obeso, de cabellos canos y aún abundantes, buena altura, sus 70 y pico de
años no se reflejaban del todo en su figura. Mucho menos en su subconsciente.
Don Tolosa era de esas
personas orgullosas, que no se doblan; ni espiritual ni físicamente. Esas
personas que mantienen un porte severo aunque sin arrogancias.
Esperó correctamente viendo
cómo la puerta del consultorio se abría dos veces. Una para que saliera una
persona y otra para que sea llamada otra que no era Don Tolosa. Por fin, la
puerta se abrió una tercera vez y la joven odontóloga miró su listado, levantó
el rostro y pasando la vista casi mecánicamente por la sala de espera llamó en
voz alta: ¡señor Tolosa, Víctor...!
Don Tolosa se puso de pie,
se acomodó un poco su saco y entró al consultorio. Tras los saludos de rigor,
Lucía, la odontóloga, sugirió: Mire señor, allá tiene un percherito... le
sugiero que para estar más cómodo deje allí el saquito y comenzamos...
Sabido es que en el norte
argentino (o por lo menos en el noroeste) acostumbramos a
"diminutizar" cuanta palabra sea posible.
Bien. Dijo parcamente don Tolosa, obedeciendo la
sugerencia.
A ver, vamos a ver la fichita odontológica, a ver
qué tenemos de antecedentes.... dijo Lucía mientras miraba la ficha y
hacía unas anotaciones en los registros de la computadora.
Bueno, cuénteme qué me le está pasando...
preguntó al tiempo que giraba la butaca ésa que tienen los odontólogos, para
colocarse de frente a su paciente. Don Tolosa le explicó sus dolencias y ella
puso manos a la obra.
A ver, abra la boquita, por favor... eso es... un
poquito más, ¿puede? Ahá.... mire, le voy a tirar airecito y Ud. me
avisa cuando le duela, ¿sí? ¿Ahí duele un poquito, no? bien...
Todas estas frases, con las
mudas respuestas de don Tolosa se sucedieron en varios minutos de
observaciones...
Ya dije que don Tolosa era
orgulloso y mantenía su porte, así que el incipiente fastidio que sentía no era
notado por Lucía, o bien, al fin y al cabo, sí lo notaba, aunque es natural que
los visitantes de un consultorio odontológico no disfruten precisamente de su
estada en ese local, salvo los visitadores médicos y los cobradores.
Concluido el estudio, Lucía
apresta el equipo de rayos mientras le avisa: don Tolosa, vamos a tener que
hacer una plaquita... hay una cariecita que está afectando dos muelitas y
necesitamos saber hasta dónde llega...
Don Tolosa se removió un
poco en el sillón esta vez, pero aceptó nuevamente en silencio la gestión que
debía hacerse.
¡Listo! Espere un ratito mientras revelamos, por si hay que sacar otra. Un ratito, nomás,
por favor...
Terminado el revelado de la
placa, Lucía fue hasta el escritorio y comenzó a preparar la orden de consulta,
mientras le anunciaba: Bueno, ya está por ahora. Le hago la ordencita
para que la haga autorizar y le avisa a Gaby, la secretaria, para que queden de
acuerdo cuándo debe regresar, así comenzamos el tratamiento. Es sencillo, no se
preocupe... y le doy la receta de unos calmantecitos por sí hay un poquito de
molestia hasta que empecemos...
Don Tolosa ya no pudo más.
¡Oiga! -espetó- ¿porqué
tiene que hablarme así? Mire, doctora, no soy una criatura para que me trate
como tal... parece que a la gente mayor hay que tratarla como
criaturas...
Lucía miró sin entender,
haciendo una pregunta con el gesto
¡Sí! Que la plaquita, que
la muelita, que el saquito... ¡no soy una criatura! Amplió su rezongo don
Tolosa.
Realmente, don Tolosa
estaba muy ofuscado... equivocadamente, tenía herido su orgullo de hombre
sólido y fuerte ante el aparente trato diferencial motivado por su edad... y la
expresión fue bastante dura, inusual en él.
Lucía se sorprendió ante el
exabrupto y le explicó que ella hablaba así a todo el mundo, que no era un
trato excepcional con él por motivo alguno... que no se imaginaba que pudiera
molestarlo tanto.
No muy convencido, don
Tolosa se calzó su saco, recibió la orden de consulta y la receta, saludó
parcamente y se retiró del consultorio, dirigiéndose a recepción.
¿Señorita Gaby? Preguntó,
extendiendo la orden a la única persona que había en el lugar, quien sin duda
sería la tal Gaby.
Gaby miró la orden, miró a
don Tolosa con su mejor sonrisa maternal y le preguntó:
¿Para cuándo el turnito?
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Luis R. Maderuelo
Tal cual.
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