viernes, 25 de diciembre de 2020

Los intrusos



Normalmente acompañaba sus tareas con el sonido de la tele, pero esta vez no la había encendido. Leía un libro cuando de pronto, se escucha un ruido desde el jardín. Logra identificarlo: alguien estaba manipulando la cerradura del portoncito de entrada.

¿Serán ellos? Se pregunta mientras deja reposar el libro sobre la mesa del comedor. Se mantiene estática casi conteniendo la respiración para que no se escape detalle de los sonidos que le llegaban.

Ahora puede escuchar hasta el tintineo de algún elemento que están usando para manipular la cerradura. Un sonido de metales le dice que hay algún forcejeo entre el operador y la cerradura, que parece que está ofreciendo alguna resistencia.

¿Serán ellos, que  ya vienen? Con incipiente ansiedad insiste con su pregunta, por supuesto sin que se pueda obtener respuesta que no sea una especulación.

Se levanta y va hasta las persianas de las ventanas, que están además con su visillo beige.

Casi al llegar escucha un “clank” un poco más violento que los anteriores. La cerradura cedió. Sin duda.

Si es que son ellos… ya están allí, entrarán, estarán a metros pero ella estará impedida de ejercer cualquier acción. Está virtualmente inmovilizada.

Sin desplegar el visillo, ve dos siluetas que cargan objetos más o menos ovales que cuelgan a sus costados. Sí, son ellos. ¡Son ellos!

Suponía que en cualquier momento sucedería. Allí estarían, entrarían y ella estaría a su merced. Confiaba, eso sí, que respetaran sus deseos y que sólo se limiten a operar con las cosas materiales, que no lleguen a ella, que la dejen lejos.

Las siluetas llegan al porch. ¡Están encima de la puerta de entrada a la casa!

Ambas siluetas dejan sus cargas sobre el piso. Una de ellas parece extraer algo de un bolsillo y se apoya sobre la puerta, pero no puede ver bien: la perspectiva desde donde mira tiene un punto ciego y no sabe qué está haciendo ese ser, fantasmagórica visión a través de los visillos.

Se apoya de espaldas contra la pared con sus brazos hacia abajo y abiertos, como tratando de fundirse con la pared, hacerse objeto sólido e inidentificable. La ansiedad comienza a hacer efecto, nunca fue muy paciente. ¿qué hacen? ¿porqué no se van y ya está? Preguntas que comienzan a martillar en su cabeza.

Ya no los mira, sólo está quieta y en silencio cuando escucha el horrible chirrido de la puerta de la calle: la abrieron nuevamente. Parece que se van.

Otro “Clack” le sugiere que se fueron y que está a salvo. No intentaron entrar, no intentaron entrar con contacto, está a salvo. O al menos eso piensa.

Espera unos minutos, se cubre con elementos defensivos y después de mirar por la mirilla de la puerta y comprobar que no hay visitantes, abre la puerta y los ve: sí, son bolsos. Mira a un lado y a otro y finalmente, con un rápido movimiento, casi un latigazo, engancha dos bolsos en cada mano y los entra a la casa cerrando la puerta de inmediato.

¡Ahora sabrá qué contienen esos bolsos y sus preguntas por fin tendrán respuesta!

Pegado a uno de los bolsos hay una nota. ¿La que quizás escribieron cuando esa silueta estuvo fuera de su alcance visual?

Toma la nota y la lee:


“Abu, te conseguimos todo del súper. Vos tenías duda sobre el queso, ¡¡conseguimos tu marca preferida!!

¡Ah! Y por favor llamá a alguien a que arregle la puerta, cada vez nos cuesta más abrirla y hace un ruido horrible, que le pongan grasa o algo.

Un beso

Caro y Chino. ¡Te queremos, cuidate, desinfectá todooooo!”


El dibujito de un corazón completa la firma. Sólo queda desinfectar las bolsas y sus contenidos.

Ahora sí, sonríe. Ya puede estar tranquila.   


lrm

Diciembre 2020

Este breve relato de “realidad exagerada”  va dirigido a aquellos “adultos mayores” que hasta hace poco fuimos totalmente independientes y sin previo aviso, perdimos inesperadamente una gran parte de esa independencia. Sea mucho o poco, lo es en relación directa con nuestros temores a esta pandemia. Pero todos perdimos. Incluso los más atrevidos que intentan seguir con sus actividades.


Va dirigido a reconocer y lamentar las tristes consecuencias afectivas del distanciamiento social, que nos hace evitar o cuando menos, medir cuidadosamente las aproximaciones con las personas, aún con las  más queridas.

Y lo más importante: es el reconocimiento a aquellos que nos cuidan, que nos hacen de intermediarios para que no tengamos que salir, que se exponen para que no nos expongamos, que “sepan que sabemos” que junto a la “bolsa del súper” también nos dejan silenciosamente sus esfuerzos, mimos y afectos.

lrm

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3 comentarios:

  1. Muy lindo Luis. Tan actual. Tan real. Excelente!!!

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    1. Luis... pensé de todo mientras avanzaba en la lectura...pero nunca este final..
      Me encantó...muy cotidiano...afectuoso y tan necesario reconocimiento hacia todas los que nos aman y cuidan
      Hermoso, te felicito 💙

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