Farmacéutico Pedro Maderuelo
En un pueblo de Segovia
Don Pedro Maderuelo Fuentes nace el 19 de Octubre de 1912 en la provincia de Segovia, España, en un pueblo llamado Zarzuela del Pinar. Sus padres, León Maderuelo y Ángela Fuentes, deciden emigrar a Argentina para radicarse en Tucumán, donde ya residía Melitón Fuentes, hermano de Ángela.
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Almacén de León
Maderuelo y Ángela Fuentes, |
Así, sus padres, su hermana mayor Petra y él llegan a la Argentina algún día de invierno de 1913, siendo Pedro un bebé de 9 meses.
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Don Pedro Maderuelo, probablemente en laboratorio de la Facultad de Farmacia, aprox 1935 |
Después de su bachillerato entra en la entonces denominada “Facultad de Farmacia e Higiene” en Tucumán, (hoy “Facultad de Bioquímica, Química y Farmacia”) logrando el título de farmacéutico.
Arribo a Yerba Buena
Ya con el título, es tentado por su tío Melitón Fuentes (quien residía en Yerba Buena) a venir a esta ciudad a ejercer su flamante profesión. Según comentaba, los que se instalaban “no aguantaban” mucho; la superviviencia era muy dura. Pero su tío “le veía futuro” a la zona. Sin duda, un visionario.
En 1936 compra el fondo de comercio de la única farmacia del pueblo y comienza su actividad en un local ubicado en una de las esquinas de Avenida Aconquija y hoy Hipólito Yrigoyen.
Pocos años después, su padre adquiere para él una propiedad en la esquina sureste de Avenida Aconquija y Avda. Solano Vera, donde funcionaba un negocio de bebidas y bailes populares, “El Sultán”, de propiedad de un tal Sr. Mohamed. Allí construiría el edificio definitivo de su farmacia en la propia esquina. Sobre Solano Vera, su domicilio particular.
Esa esquina sería uno de los puntos icónicos de Yerba Buena; se reconocería entre los habitantes como “El Mástil”, como “la esquina del cine” o “la esquina de la farmacia”. Así: “LA” farmacia, ya que durante varias décadas sería la única farmacia en esa comuna con grandes extensiones y pocas familias.
Eran épocas de quintas de agricultores, pocas calles que por supuesto, eran de tierra salvo excepciones. En ese contexto, Don Pedro supo ir a aplicar inyecciones a la casa de los enfermos cuando era requerido. A veces lo buscaban en sulkys o “jardineras” y otras veces debía trasladarse a caballo. Contaba Don Pedro que cuando le tocaba ir a caballo, “llevaba piedras en el bolsillo para ahuyentar a los perros” que salían a enfrentarlo.
Así conoció el pueblo al detalle, tanto en geografía como a su gente.
La farmacia no era solamente un lugar donde comprar medicamentos. Pronto se trasformó en mucho más que eso; en los hechos, era prácticamente un centro asistencial para la gente y una pasión para Don Pedro.
Seguramente por eso, pese al enorme letrero en la fachada del local que decía “Farmacia San Andrés”, para la mayoría de la gente era “la farmacia de Don Pedro” o “lo de Don Pedro” a secas.
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Modelo de balanza "de precisión" similar a la existente en la Farmacia San Andrés. (Foto de internet) |
Así era el trabajo de don Pedro: desde salir a caballo a aplicar una inyección hasta hacer la alquimia que solicitaba el médico. Horario permanente, atención cuando sea requerida. No había mucho lugar para descansos ni vacaciones.
El trabajo de laboratorio iría bajando, ya que de a poco avanzarían
los medicamentos industrializados para desplazar en gran medida a las recetas
magistrales, aunque éstas siguen existiendo aún en algunas farmacias de hoy en
día. Sin embargo, muchas personas siguieron requiriendo durante varios años algunos
preparados que seguían produciéndose en el laboratorio de la farmacia San
Andrés, como la Diadermina,
pomada de belladona, jarabe para la tos, sellos antigripales y otros.
Formando la familia
Don José Roig Riera y su esposa María Carabajal tenían una pequeña quinta en la misma manzana de la farmacia, por Solano Vera. (La esquina hacia el sur, Solano Vera y F. Cariola)
La pareja vivía en San Miguel de Tucumán, en un departamento en la tercera planta del edificio de la confitería “El Buen Gusto”, empresa de la cual eran socios. Esta “quinta” de los Roig Carabajal se destinaba al cultivo de forrajes que alimentarían a una pequeña producción porcina, materia prima para los productos de rotisería de El Buen Gusto.
Esa pequeña quinta contaba con una casona, utilizada por la familia como destino de descanso. Inevitablemente, en la vida diaria en algún momento se requerirá algún medicamento, tisana o elementos de primeros auxilios que eran adquiridos en la farmacia San Andrés.
En las incursiones de compras entre "visitantes y locales", se generó la simpatía entre María Margarita, la hija mayor de la pareja Roig y el farmacéutico.
Noviazgo mediante, formalizarían su matrimonio en el año 1942. El matrimonio Maderuelo - Roig tendría tres hijos: Mabel Cristina, María Ángela (Mary) y Luis Ramón.
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A la salida de la ceremonia religiosa del casamiento de Pedro Maderuelo y María Margarita Roig |
El rol de las farmacias en pueblos chicos
Difícil es hoy entender el rol social de Don Pedro si no lo ponemos en el contexto de la época: estamos hablando de entre los años 36 y 45, cuando el centro asistencial se reducía a un “dispensario” oficial con un médico sólo en determinados días y horarios. Además del "dispensario", también otro médico atendía en un consultorio ubicado más o menos a mitad de cuadra de la Avda. Aconquija al 2000, sin ser permanente.
Las urgencias debían ser atendidas indefectiblemente; no siempre estaba el médico disponible ni tampoco había facilidad de traslado a los centros asistenciales de “la ciudad”, o sea, San Miguel de Tucumán.
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Hay que destacar que un viaje al "centro" (SMT) era algo complicado y lento. Si bien no estoy haciendo la historia de Yerba Buena, quiero manifestar claramente cuáles eran las dificultades de la gente para acceder a la salud.
Cuando nace la Farmacia San Andrés, ya no existía el "trencito rural"; estaba el servicio de trenes CC18, con estación en Solano Vera al 300 y destino en Avda. Roca al 2300; se realizaban tres viajes diarios incluyendo vagones de carga y pasajeros. Subsidiariamente, a mediados de esa década, el vecino José Cañizares iba a San Miguel por motivos particulares en una “breck”, un carro de 4 ruedas con tracción a sangre. Algunos vecinos le pedían que los llevara y esto se hizo cada vez más frecuente, al punto en que don José Cañizares decide comprar un auto al que adapta para tal fin. La evolución de la historia es muy interesante, pero no es objetivo de esta nota
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En síntesis: ante una emergencia, no era fácil coincidir con un viaje inmediato, sin contar con que el propio viaje no era muy veloz. En esta situación siempre estaría disponible el farmacéutico, a quien recurrían los vecinos con la seguridad de que serían atendidos a cualquier hora. Además, don Pedro aplicaba sus mejores recursos, tanto en conocimiento, experiencia y medicamentos para solucionar las urgencias hasta donde le fuera posible.
Durante muchos años, muchas personas nos comentaron lo importante y a veces vital, que fue la intervención de “don Pedrito” en su propia salud o en la de sus hijos y lo agradecidos que estaban por ello.
Las comunicaciones en "esa" Yerba Buena
No sólo el traslado hacia San Miguel de Tucumán era complicado, también lo era la comunicación telefónica; en un principio, todas las llamadas telefónicas eran vía operadora. Cuando se automatiza para la comuna, la llamada desde Yerba Buena a San Miguel aún debía pedirse por operadora y se consideraba “larga distancia”, pudiendo demorar a veces más de dos horas lograr la comunicación con las droguerías mayoristas. Y durante la llamada, a hablar fuerte para que se escuche, porque para peor, la comunicación era de bastante mala calidad. Sí, 10 kilómetros, larga distancia. Costos y demoras. Un simple pedido de medicamentos no era nada fácil.
Entre farmacéutico y clientes
Otro aspecto particular de don Pedro: en muchas oportunidades acudían personas que no contaban con el dinero para pagar un medicamento indispensable; muchos recordaban y contaban que siempre se iban con el medicamento en sus manos; a veces con el compromiso de pago; otras, con un “vaya tranquilo” que indicaba el orden de prioridades que don Pedro ponía a esas situaciones.
A veces llegaba alguna
atención en especies, muestra también del concepto de gratitud de aquella
gente de costumbres sencillas y moral clara. Recuerdo cuando entraba a la
cocina de casa con alguna bolsa y decía, sin poder ocultar su satisfacción:
Estas (paltas, lechugas, huevos,
naranjas…) las manda don / doña (xx).
Mencionaba el regalo, pero nunca la prestación previa.
Respecto a las costumbres comerciales, al mejor estilo de las llamadas “libretas de almacén” de la época, estaban también las “cuentas personales”, basadas en la confianza entre vecinos, conocidos todos y que raramente no cumplían. El incobrable era la excepción; la palabra bastaba.
Relación con su medio
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Placa actual, copia de la original de 1938 |
En la década de los 40 construye el nuevo edificio de la farmacia, que sería el definitivo. Más tarde remodela totalmente el mobiliario.
En el año 1963, a instancias de su hija María Ángela, flamante maestra de un muy nuevo colegio primario “Cristo Rey”, dona los muebles antiguos quedando en cada aula una estantería que de alojar medicamentos, pasaría a custodiar libros y cuadernos. (El “Cristo Rey” sería luego la primaria de “El Salvador”).
Muchos años más tarde, volverían tocarse los rumbos del Colegio El Salvador con la presencia de don Pedro: cuando un grupo de vecinos decide fundar la división secundaria del colegio, también lo contó entre las personas que colaboraron y apoyaron activamente su creación. Aquella iniciativa vecinal se integraría con la parroquia de Marcos Paz y entre todos, lograrían para Yerba Buena la primera institución de secundaria de la comuna.
Así los años fueron siguiendo su curso, Yerba Buena era un paraíso muy atractivo para nuevos habitantes y también nuevas actividades, nuevos comercios. Llegó el tiempo en que ya no salía a colocar inyecciones, ya no era necesario; había otras alternativas que cubrían esa necesidad. Pero siguió haciéndolo en su farmacia. Muchos recuerdan y cuentan cómo, siendo niños, eran llevados por sus padres para esas ocasiones y luego de la inyección, en un gesto cómplice, don Pedro abría su cajón con golosinas y les obsequiaba, ayudando al pequeño enfermo a superar el mal rato. Después repetiría esas travesuras con sus nietos, aunque sin inyecciones y “a espaldas” de sus hijos, pero eso es otra historia.
La farmacia fue también, por muchos años, casi un centro social; era común que muchas personas “jugaran al peso”, para lo que se usaba la balanza de la farmacia, de uso libre y gratuito para cualquiera. Obviamente que el objetivo de las balanzas en las farmacias no era precisamente que la usaran para ese juego, pero era una costumbre, cosas de la época.
Coincidían también en esa esquina, las reuniones de amigos por la tarde / noche temprana. Esa esquina marcó durante muchos años lo que era “el centro” de Yerba Buena. Los lustrines, infaltables en la vereda los fines de semana, cuando más parroquianos de reunían. Para muchos de ellos, esas reuniones de vereda eran una especie de “previa” a la función del Cine Astral.
Durante mucho tiempo, la farmacia también contó con una “cabina telefónica”, que estaba colocada al margen del “laboratorio”, un box de madera provisto por la compañía telefónica de entonces, en el que cualquiera podía llamar por teléfono o hacer el pedido de larga distancia, si no era local. Se abonaba según el costo de la llamada. Un servicio que si bien no tenía nada que ver directamente con la farmacia, era muy importante para mucha gente.
Con la mejora de la tecnología, la cabina fue cayendo en desuso hasta que finalmente se retiró. (Años después volvería resumida, en forma de un teléfono público que la empresa telefónica colocó en la farmacia, donde estaría resguardado de inclemencias del tiempo y vandalismos, que los hubo siempre.)
Y en el local, los sillones de madera disponibles para quien esperara alguna receta, o una llamada de cabina, o también aquellos que la usaban para sentarse cómodamente a conversar con el farmacéutico en los momentos de poco movimiento. Hombre conversador, don Pedro nunca se negaba a una charla con amigos; eso sí, siempre en su lugar de trabajo.
Sería difícil y hasta repetitivo contar las decenas de historias que sus hijos escuchamos de personas mayores, recordando agradecidas alguna intervención de don Pedro que les quedó marcada. Sería difícil imaginar cuántas más hay que nunca conocimos.
Los cambios
Como ya comentamos, Yerba Buena fue
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Don Pedro Maderuelo en lo que fue la penúltima renovación de su farmacia, probablemente alrededor de 1969 |
cambiando; las familias se multiplicaron, vinieron nuevos residentes, las casas de vacaciones de “la villa” (Marcos Paz) fueron siendo habitadas en forma permanente. Con la población también subió la demanda comercial posibilitando nuevos servicios de comercio. Sin embargo, la farmacia San Andrés siguió siendo suficiente proveedora durante muchos años más, hasta que recién en la década del 60 se instala la segunda farmacia. Luego vendrían muchas más, así como muchísimos nuevos vecinos a partir de loteos que se hicieron en lo que otrora fueran fincas o quintas de producción agrícola.
Como anécdota, recuerdo que estábamos preocupados con la llegada de la “competencia”, esa segunda farmacia. Don Pedro simplemente nos dijo “no hay que preocuparse, el sol sale para todos”. Todo un mensaje de confianza. Tiempo después, ambas farmacias llegarían a hacer una especie de "back up" en los tiempos de escasez. Si un cliente pedía en una un medicamento que no tenía, pero sí la otra, llamada telefónica mediante, el medicamento se prestaba con compromiso de devolución, sin comisiones ni participaciones por la venta. Eso se repetiría también con otra farmacia de la zona, mucho después.
El concepto de la farmacia como servicio que sostenía don Pedro Maderuelo hacía que, en épocas de escasez de medicamentos como tantas que tuvimos en Argentina, más de una vez enviara un empleado “al centro” a comprar el medicamento en cualquier farmacia que lo tuviera y luego, entregárselo al cliente que lo solicitó al mismo precio de venta al público, absorbiendo el costo de pasaje y tiempo de personal. Cumplir era una obligación.
La entrega a domicilio era otro servicio que se mantenía a favor del cliente y de modo gratuito. El delivery no es un invento de las últimas décadas, como puede verse.
Y si bien la ciudad fue cambiando cada vez más rápidamente; nuevos barrios, negocios, shoppings, centros médicos, medicamentos industriales, lo que no cambiaba en los antiguos residentes era la confianza en su farmacéutico de décadas, a quien seguían frecuentando cuando lo necesitaban.
Don Pedro se hizo mayor y en un punto, ya no pudo seguir al frente de la farmacia; sin embargo, siguió siendo el pilar de ella desde su sitio de reposo hasta que ya no pudo más. Falleció el 27 de mayo de 1993.
En el mes de Julio del mismo año, vecinos propusieron poner su nombre a la sala de rayos del Centro Asistencial Ramón Carrillo, en cuya inauguración fue descubierta, quedando así reflejado el reconocimiento de la comunidad a la trayectoria de don Pedro Maderuelo.
María Ángela Maderuelo y Luis Ramón Maderuelo
Julio de 2020
Agradecemos especialmente los valiosos datos aportados por el Sr. Alberto Melitón Fuentes, "Tito Fuentes", primo hermano de nuestro padre. Gran conocedor de la historia de Yerba Buena y permanente estudioso de la misma, nos brindó muchas de las precisiones que se mencionan aquí y ayudó a ajustar algunas nebulosas en la memoria.
Misceláneas
Dejé aparte algunas percepciones muy personales. De las muchas, compartiré algunas que me resultan interesantes.
La calle Pedro Maderuelo
Hace ya algunos años, el Concejo Deliberante de la ciudad propondría y llevaría a cabo poner su nombre a la continuación de la Avenida Solano Vera al norte, hasta entonces "Calle Arroyo", que en rigor era "Manuel Andrés Arroyo y Pinedo".
La alcantarilla cazatobillos
En la parte de la calzada de la
calle por la Solano Vera había dos “alcantarillas” que recogían el agua de las
lluvias y las conducían por un canal cubierto hasta unos metros más adelante,
donde se transformaba en zanja abierta. Esas alcantarillas eran una verdadera
trampa para quienes se descuidaran, quedando más de uno atrapados con el pie
presionado entre los pesados hierros. El esfuerzo de la víctima para sacar el
pie le provocaba hinchazón casi inmediata, así que muchas veces recurrían a don
Pedro para que, aceite o jabón mediante, pudiera liberar al infortunado
transeúnte.
Las cervezas de don Mohamed
Cuando en Aconquija y Solano Vera, don Pedro construye el edificio que sería definitivo, decide hacer un subsuelo para ampliar los espacios de almacenaje.
Los obreros estaban en las tareas de excavaciones cuando descubren en medio de la tierra un hallazgo insólito: ¡Cajones de cerveza! No demoraron mucho en abrir la primera y comprobar que, además de buen estado, hasta estaban "fresquitas" allí en su heladera de tierra. Por supuesto, dieron buena cuenta de ellas. No don Pedro, que fue abstemio toda su vida. ¡Mejor para los excavadores!
Suponemos que las cervezas habrían sido dejadas allí, vaya uno a saber con qué razonamiento, por el tal Sr. Mohamed, que además de dar bailes populares en esa propiedad, fue mayorista de bebidas.
Los descansos de pueblo tranquilo
Al cierre de la farmacia se
aprovechaban las temperaturas reconfortantes de la nochecita, descansando en
alguna silla o sillón de mimbre que se instalaba en la vereda, al lado de uno
de dos los naranjos que adornaban y perfumaban nuestra vereda. El tránsito tanto de vehículos como de personas era
relativamente escaso y voy al punto: no había quien pasara sin saludar con
cortesía y afecto, saludo que quienes estábamos ahí devolvíamos, por supuesto. Y esto sucedía aún en la década de
los 50 y parte de los 60. Los vecinos aún se conocían.
Como nota al margen, si alguien necesitaba proveerse de medicamentos o hasta de un chupete, ahí encontraría a don Pedro, que aunque estuviera ya cerrada la farmacia, cubriría los requerimientos del vecino.
La rutina de trabajo
Su jornada iniciaba temprano, y
antes de abrir las persianas de la farmacia, abría primero la puerta de la
casa, que quedaría así, de par en par, durante todo el día. Jamás hubo un
intruso que tomara ni un alfiler, hasta que sufrimos un primer robo ya en la década
de los 90. Yerba Buena, definitivamente, había cambiado.
Siesta, cierre obligado, eso sí.
El súper biberón irrompible
Presencié esta situación desde el nivel del mostrador, que era mi altura en ese momento. Había surgido la gran novedad de un tipo de vidrio irrompible y entre otros productos, cierta marca decide producir biberones con esta característica. Mi padre lo comenta con un amigo, orgulloso de la nueva mercancía. Para probar la veracidad de lo promovido por el "viajante" de la marca y la marca misma, toma una unidad, la levanta hasta donde le llega el brazo y al mejor estilo de un lanzador de béisbol, la dispara contra el piso de granito de la farmacia.
Resultó que "granito mata vidrio irrompible" y el citado elemento se destruyó en incontables pedacitos. Calculo que algunos pueden haber llegado hasta el mismísimo Mástil. Me suenan todavía las carcajadas que lanzó, riéndose del resultado de su ocurrencia. Le sirvió para definir el alcance del concepto "irrompible" de la fábrica: si la tira un bebé sin querer, puede. Un pitcher de las grandes ligas, no tanto.
Breve sueño: el Cine Novel
Cerca de 1967/68, su primo Américo Fuentes comienza conversaciones con él para analizar la posibilidad de hacer un cine en un terreno en la esquina noreste de 25 de Mayo y Uruguay, en San Miguel de Tucumán, heredado de sus padres por don Pedro. Américo contaba con las máquinas proyectoras y con el “know how” del negocio, ya que junto a su hermano Alberto se ocupaban de la explotación del Cine Astral de Yerba Buena, iniciado por Melitón Fuentes. Finalmente comienza la obra y sería concluida después de muchos esfuerzos y sacrificios
"Tito" Fuentes nos ayuda con datos detallados: El cine Novel se inaugura el 23 de setiembre de 1970 con “La leyenda de la ciudad sin nombre”, con Clint Eastwood, Lee Marvin y Jean Seberg con la dirección de Joshua Logan.
(Novel de “nuevo”, por lo tanto se pronuncia “Novél”, aunque la mayoría de las personas lo acentuaban como si del amigo Alfred Nobel (1833-1896) se tratara, el que además de inventar la dinamita, fue el creador de los famosos premios que llevan su nombre.).
Se trataba de una sala pequeña pero muy bien conformada, buen equipamiento, excelente imagen y sonido y una pantalla enorme que parecía aún más por la breve longitud de la sala.
El arranque fue complicado en términos de taquilla. Cuando comenzó a formar habitués y hacerse de nombre “dentro de las avenidas”, la situación que se vivía en aquellos años con la guerrilla, los controles, vallados y demás inconvenientes no hacían muy confortable pasar por la 25 de Mayo frente al entonces distrito militar y la ubicación le jugó en contra, además de que toda la industria cinematográfica entró en crisis, aunque deberíamos decir, toda la economía. El mismo mes del cierre se daría lo que llamamos el "Rodrigazo". Este conjunto de penares daría fin a una gran cantidad de salas entre las que se contó el Novel cuando aún no había “cumplido” su quinto año de existencia.
Cerró en junio de 1975 y allí terminó la segunda participación de Don Pedro en esa actividad.
Otras actividades y hobbies de don Pedro
Hombre curioso y activo, creció colaborando con las muchas veces duras tareas en el almacén de sus padres, incluyendo la de hachar leña para la venta. No había trabajo que hubiera que hacer al que le fuera esquivo. Cuando decidió hacer unas estanterías de madera entre los dos casetonados del sótano, ahí estuvo con maderas, serruchos y clavos con ayuda de uno de sus empleados. (Y yo, Luis, metido también ahí, chocho de compartir esos tiempos y actividades).
En sus inicios, también incursionó con un pequeño laboratorio fotográfico donde revelaba y hacía las copias de sus fotos y si cabía, de quien se lo encargara. Una filmadora 16 mm. también formó parte de sus intereses, aunque sólo para algunas pocas tomas familiares; no había mucho espacio para más. En una época, producción avícola en el amplio fondo de su casa, por algún tiempo.
Y sólo para la familia, la producción de
una exquisita granadina que repartía a parientes que la disfrutaban. No es traición de la memoria afectiva: jamás encontré una granadina "de marca" que se igualara siquiera a esa preparación exquisita.
También la cooperativa
Empresaria de Tucumán, luego Banco Empresario de Tucumán coop. Ltda lo contó
entre sus asociados. No los más noveles, pero sí en las primeras épocas.
Integraría un período de los directorios del Banco en la década de los 80.
Sus raíces
La España natal a la que no llegó a conocer estaría siempre presente en él, cosa que nos transmitió a sus hijos, haciéndonos amar su terruño, quizás sin darse cuenta.
También él, pese a haber nacido allá, generó esos afectos a través de referencias familiares, padre, madre, tíos, hermana mayor. Y fueron tan fuertes como su amor y agradecimiento por la patria en la que creció y se formó.
Una fuerte puja de amores en la que
nunca podría haberse definido un ganador.
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