Un verídico relato inverosímil
Primera parte – Créase o no
Lo que aquí se relata sucedió en los primeros días de un diciembre de entre 1990 a 1994, no puedo precisarlo con exactitud.
La historia comienza con un protagonista que, atribulado por causas que no vienen al caso, decide tomar un par de días de introspección y aislamiento sanador. Así, bolso mediante cargando una mínima provisión de elementos de primera necesidad, alista su auto y pone proa a… algún lugar. Ni idea de dónde.
La primera decisión a tomar sería en la misma esquina de la casa: ir al Este o al Oeste. Al oeste, la cercana placidez de una hostería de una villa veraniega cercana; al este, ¡uf! Un montón de opciones. Sería “al este”, entonces.
Esta dicotomía se fue repitiendo en varias esquinas en las que las elecciones eran significativas, siguiendo así una especie de código binario sin más proyección que un “on – off” en cada cruce.
Para no entrar en detalles tediosos, digamos que después de varias horas el personaje llegó hasta Fiambalá, en Catamarca. En el cromado paragolpes delantero se reflejaba todo el esplendor de la cordillera.
No era la primera vez que este sujeto cruzaría la cordillera; aunque nunca por este paso, San Francisco. Este paso alcanza una altura máxima de 4726 msnm, dato importante. Con obligada prudencia, visita al destacamento de Gendarmería para consultar si el estado de la ruta, las reglamentaciones y los tiempos serían suficientes y seguros como para llegar a Copiapó. La respuesta fue clara y breve: si no hay distracciones y pérdidas de tiempo, se llegaría con absoluta tranquilidad. El paso y horarios habilitados y el camino, en buen estado.
Tanque lleno, partida. Todo muy bien, cruce impecable, todo funcionando perfectamente. Laguna Verde, ya en territorio chileno, mostrando su belleza. Unos 15 kilómetros más adelante, la sorpresa: tras un badén, se abren como dos caminos, paralelos y a diferente altura, ambos de tierra. Señalizaciones, ninguna. Otra vez el “on – off” en la decisión pero esta vez, sin referencias para optar.
Así es que, dadas las opciones “x” e “y”, siendo “y” el camino correcto, la opción que toma nuestro conductor fue la “x”. Rápidamente, en menos de un minuto, las incógnitas fueron despejadas. La opción “x” era una cama de arena que enterró las ruedas hasta el eje. Auto de tracción trasera, peor.
La tarde todavía ofrecía luz y los tiempos estaban bien para seguir, no para quedarse. Ya de por sí es una ruta que no es transitada con mucha frecuencia, pero a esa hora y en ese punto del cruce, era obvio que no llegaría ningún vehículo desde Chile y muy difícil que llegara alguno desde Argentina.
Quienes alguna vez se atascaron en la arena saben que salir de ahí con un automóvil de calle, sin recursos especiales, es sencillamente imposible. Sin embargo, los intentos fueron llevados a cabo: el “vaivén” salvador en algunos lodazales, probar con el “gato” y colocar las alfombras para que la cubierta “haga pie”, todo en vano. Ya la luz se disipaba y el frío comenzaba a pasar factura. En ese punto de la ruta, la altura está por los 4500 msnm, con todas las complicaciones que eso significa.
En el bolso, sólo un abrigo mínimo; recordemos que esto fue en diciembre y sin programa previo, ese punto geográfico nunca fue considerado. La calefacción del auto se transformó en indispensable pese al combustible que implicaba gastar, aún cuando fuera encendido el motor en forma intermitente.
Pasaron así las horas y el cielo ofrecía una imagen increíble. Por otra parte, la combinación de altura y frío no estimulaban el optimismo. La probabilidad de una despedida de este mundo era latente.
El hombre miró el cielo, sintió la soledad absoluta y el silencio sólo cortado por el viento y supo que podía terminarse todo ahí mismo. Extrañamente, no hubo angustia ni desesperación. ¿quizá porque en el fondo no creía lo que su razón le decía? Lo cierto es que pensó: “Si aquí voy a quedar, será con la vista de este cielo maravilloso.” Y supo de otro tipo de tristeza.
Habrán sido quizás las 11 o 12 de la noche cuando al sonido del viento parecía sumarse un ronquido lejano que de a poco se hacía más identificable: ¿un motor? Imposible, ¿qué loco va a andar en un cruce cordillerano tan hostil a esa hora?
Atento a la ruta, unas luces aparecen. Son de un auto que avanza con evidente dificultad.
Paradójicamente, cada uno ve en el otro a una especia de salvador: el auto se detiene, es un Lada con varios años encima. Los tripulantes: una pareja de rusos. Sí, no es un cliché: dos rusos en un Lada. Y en la cordillera de los Andes. Y a la medianoche, o casi.
El “atascado” informa su situación y los rusos la suya: tenían problemas con la transmisión y avanzaban dificultosamente a muy baja velocidad. No sabían hasta dónde el vehículo podría aguantar.
Los rusos comentan que al pasar por Laguna Verde habían visto dos camionetas 4 x 4 y un par de carpas. Eso sería a unos 15 o 17 km. hacia la frontera argentina y era una posibilidad para pedir ayuda.
Rápidamente se diseña un acuerdo: los tres irían en el Lada a buscar a los campamentistas. Una vez rescatado el vehículo de la arena, éste los escoltaría hasta la primera población chilena que apareciera. Puesto rumbo al este, allí parte el sufrido Lada con la carga extra de un tercer pasajero.
Los campamentistas estaban en la zona de las termas de Laguna Verde. En esos años no había cabañas ni refugios; apenas una pobre estructura de piedra marcando las fuentes termales. Estas personas estaban muy bien equipadas con sus carpas térmicas y durmiendo tan plácidamente que despertarlos fue tarea difícil. Cuando se logró, un malhumorado ex durmiente asoma su rubia testa y pese a que su español no era muy fluido, fue suficiente para que entendiera lo que se le pedía. Estas personas eran de algún país nórdico, nunca se supo si suecos, noruegos o de dónde, pero por ahí andaba la cosa.
Con indisimulada molestia, el rubio se viste y monta una de las camionetas, en la que “el atascado” va de acompañante para indicar el lugar y además, liberar al Lada de la carga extra. El diálogo no fue la mar de amable, por cierto.
Llegado al lugar, a la camioneta no le costó en absoluto subir al camino “x” para posicionarse delante del auto y, eslinga mediante, comenzar a tirar hasta desatascarlo primero y luego bajarlo a la ruta “y”. Este proceso se realizó de un modo que podría calificarse de muchas formas excepto de “suavemente”. En la bajada de más o menos un metro entre el terraplén y el camino, las piedras hicieron una fiesta de sonidos en la panza del auto remolcado. En criollo eso sería algo como “¡tomá pa vos!, vení a despertarme de nuevo”
En ese punto se deshizo la UTE formada por un argentino, dos rusos y el salvador nórdico. Rudo, pero al fin y al cabo, solidario y verdaderamente valorable.
Así es. Un viajero que tiene como primera opción alojarse a 20 km de su casa, recorre casi 800 km para atascarse en la cordillera hasta que dos rusos cruzando la cordillera a medianoche en un Lada semi destruido, llevan al argentino hasta un campamento de nórdicos para despertarlos y pedirles que lo desatasquen a las 2 de la mañana a 4500 msnm. Normal, digamos.
Y hasta aquí lo inverosímil. Quizás con la traición de la memoria en algún detalle menor, nada más.
Lo que sigue es menos inverosímil y por muy lleno de escollos que haya sido, no es la idea de relatarlo en detalle. Sólo diré que después de varias horas de escoltar a los rusos, éstos se apartan del camino, se baja el conductor y le dice a su escolta que siga nomás. Que ahí se quedarían ellos, que harían noche. Que tenían todos los elementos y provisiones para ello.
¿Uds. lo entienden? ¿Tanto lío, si tenían todo el equipamiento de abrigo y víveres, para finalmente quedarse a terminar la noche en medio de la cordillera?
Quizás, y sólo quizás, su función en esa ocasión haya sido encontrar a nuestro personaje y llevarlo hasta los campamentistas para que éstos lo rescaten. Y probablemente, le salven la vida.
Segunda parte – Sólo para curiosos: final del viaje
Ya sin la limitación de escoltar a los rusos, el ahora “rescatado” llega a Maricunga, un conglomerado de casas de la empresa minera. Allí recibe atención médica después de comprobarse una presión arterial muy alta. Tras descanso, oxígeno y alguna medicación, queda haciendo noche en una de las casas; situación prohibida expresamente por la empresa minera, pero que en este caso se justificaba y fue desobedecida por una cuestión de humanidad.
Ya al día siguiente, un nuevo conflicto de decisión: después de tantas horas con el motor funcionando para disponer de calefacción, el combustible estaba muy escaso; sea para llegar a Copiapó o para Fiambalá. Los mineros tenían combustible a pocos kilómetros de Maricunga, pero únicamente diesel, no la nafta que usaba el auto.
La decisión trató de ser racional. En caso de quedarse varado nuevamente, mejor que sea en territorio conocido y dentro del país del conductor; así que con gran decepción, el rumbo se fijó hacia el este.
El primer punto de contacto con personas fue, ya en territorio argentino, el destacamento de montaña de Gendarmería Nacional, con la aguja del combustible en cero y luz de reserva. Vuelta toma de presión, volando por las nubes. Descanso obligado mientras los gendarmes ponían a recalentar un bollo de voluptuosas formas y fantástico aroma que combinaba maravillosamente con el aroma del café, pero claro: con presión alta, consumir harinas con grasas y café, no era razonable. La decisión no fue del afectado, cabe aclarar. Los gendarmes fueron inflexibles. Alguna lágrima cayó en ese momento.
Pasado el pico de presión, en el destacamento ofrecieron un bidón de combustible, suficiente para llegar a Fiambalá con tranquilidad, bajo el compromiso de recargar el recipiente y dejarlo en el destacamento de esa ciudad, desde donde lo llevarían en el primer viaje de rutina que hicieran. Hecho esto, terminó el misterio y todo terminó en final feliz. Sin bollo ni café. Pero con un placentero viaje de regreso al hogar del accidentado viajero.
¡Ah! Y les cuento: se le pasó el estado de bajón. Lo digo yo, que lo conozco al tipo como si fuera yo mismo.
Tercera parte: Final alternativo
(A pedido del público. Las
versiones que se ajustan a la historia no siempre son las que más se creen)
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Ilustración de y con fotos de lrmr |
Volvemos a la parte en que rápidamente se diseña un acuerdo: los tres irían en el Lada a buscar a los campamentistas. Una vez rescatado el vehículo de la arena, éste los escoltaría hasta la primera población chilena que apareciera. Puesto rumbo al este, allí parte el sufrido Lada con la carga extra de un tercer pasajero, nuestro viajero al que ahora llamaremos “V”. En el viaje, los rusos le convidaron un par de Rhodesias, golosina que le encantaba desde niño y que hacía muchos años que no probaba. Las consumió con deleite, le venía bien un poco de chocolate en medio de esas circunstancias, y encima ¡Rhodesia! como si la hubieran cargado especialmente para él.
Los campamentistas estaban en la zona de las termas de Laguna Verde: en esos años no había estructuras ni refugios, pero estas personas estaban muy bien equipadas con sus carpas térmicas y durmiendo tan plácidamente que despertarlos fue tarea difícil. Cuando se logró, una rubia cabeza asoma. Miró a “V”, justo al frente y un gesto de compasión pareció dibujarse en su rostro.
Salió de su refugio y tras ponerse de pie, su altura resultaba llamativa. Posó su mano sobre la cabeza del visitante y éste sintió una gran paz, seguramente por sentirse a salvo. Trató de explicar la situación y miró hacia atrás para invitar a los rusos a participar del diálogo, pero los rusos no estaban. Prácticamente saltó un par de metros para ver el Lada, que había quedado sobre la ruta a varios metros del campamento, pero la ruta se divisaba solitaria iluminada por las abundantes estrellas.
Miró al campamentista sin saber qué decir, no entendía lo que estaba pasando. El longilíneo personaje seguía sin decir palabra, pero ya se encaminaba hacia una de las camionetas como si hubiera entendido lo que sucedía. Abrió la puerta del acompañante invitando a subir a su inesperada visita.
Quizás el efecto de la altura hizo que V no recuerde exactamente los pormenores del viaje desde el campamento hasta el auto atascado. Sí recordaba, en cambio, la sensación de confort de sentir el cálido ambiente de la cabina. Fue un contraste, como si hubiera pasado mucho tiempo a la interperie y el calor lo revivía.
Llegado al lugar, V simplemente entendió que debía ponerse al volante para conducir el vehículo mientras era remolcado por la camioneta, que con su poderosa tracción logró su objetivo en apenas unos segundos.
De pronto todo estaba en su lugar: el auto puesto sobre la carretera, el motor funcionando perfectamente y el habitáculo transformado en una protectora y tibia burbuja. Entonces se durmió.
Al despertar, un pensamiento lo sobresaltó: ¿cuánto habría estado funcionando el motor, consumiendo el combustible tan preciado en ese lugar? Todavía estaba oscuro, miró el reloj y le marcaba las 2:17 de la noche.
Sintió su cuerpo dolorido, como si hubiera caminado mucho o realizado un gran esfuerzo. Observó algo como un sarpullido en sus manos y sintió algo parecido en la piel del rostro, quizás efectos del frío en los momentos en que estuvo expuesto.
En su mente todo era una nebulosa, recordando desde que cruzó el badén a una velocidad inadecuada, haciendo que el auto literalmente rebote y golpee su cabeza contra la ventanilla. Ahí le parece, cree, no está seguro, que se desvió por el camino equivocado y se atascó. ¿O fue que se retiró lo más que pudo hacia la banquina y se detuvo? Probablemente esas confusas imágenes surgían como resultado del mareo del golpe y la pobreza de oxígeno.
Sin embargo, la visión de un Lada blanco con dos tripulantes a bordo estaba más o menos clara, ¡ellos lo habían acercado al campamento de las termas en Laguna Verde!
Y el rubio, ¿cuándo se despidió? ¿Cuándo soltó la eslinga del auto? No recuerda esa última parte de la gestión de rescate.
Llegado el caso, debía seguir. Avanza prudentemente y llega a un conglomerado de casas de una empresa minera, la mina de Maricunga. Allí avanza hasta una casilla, la única que tenía luz interior, resultando ser una especie de puesto sanitario. Recuerda una muy buena atención y especialmente, las palabras de una de las personas que lo asiste: “Ud. no se preocupe, que aquí estamos los hermanos chilenos para ayudarlo.”
Pasado un poco el malestar físico, consultó si habrían visto pasar un Lada blanco con dos pasajeros, pero ninguno de los tres presentes habían visto luces ni escuchado ruido alguno. Seguramente por ahí no habría pasado. Por el contrario, le preguntaron a él si había visto el destello, a eso de la medianoche.
¿Qué destello? Preguntó.
Como una estrella fugaz, pero muy raro, como desplazándose con relativa lentitud, para el lado de la frontera, fue. Dijeron. Pero no. No había visto nada de eso.
Invitado a un reparador descanso, el día siguiente emprendió el regreso. Volvió a preguntar del Lada, obteniendo la misma respuesta. No, nadie pasó por aquí.
Avanzado el regreso, intentó descubrir el lugar en el que había despertado luego del desatasco, o de su retirada a la banquina, no lo sabe. Pero los paisajes recorridos a la noche no se hacen fáciles de reconocer durante el día; no si no se es muy conocedor del lugar.
Laguna Verde por fin: ya la distingue y la ansiedad por agradecer a sus salvadores lo entusiasma a acelerar un poquito. Llega a las termas pero no hay camionetas: hay dos estancieras IKA, evidentemente reacondicionadas, equipadas y en perfecto estado. Carpas, ninguna. Las estancieras eran una suerte de “motorhome”. Detiene el auto y camina los 50 metros que lo separaban. Un hombre relativamente bajo, cabello negro, mediana edad y bigotito a los ’50 sostiene con ambas manos un jarrito azul. Algún brebaje deja salir su estela de vapor.
Tras los saludos, la pregunta: ¿Hace mucho que llegaron?
“Anteayer al mediodía”, le responden en una inconfundible tonada cordobesa. ¿Anteayer? Anoche no los vi, dijo V dejando confundido al cordobés.
¿Y el campamento de los de las camionetas? Dos 4 x 4 instaladas aquí, preguntó V, para recibir una convincente negación de parte de los cordobeses. “Amigo, ya pasamos dos noches aquí, ninguna camioneta vino en ese tiempo. Pasó alguna por la ruta, pero quedarse, ninguna.”
La confusión fue tal que V no hizo más preguntas. Saludó y siguió su ruta hasta que llegó al destacamento de Gendarmería. Ahí sí insistió tímidamente preguntando por el Lada, suponiendo que podría haber regresado a Argentina en vez de seguir a Chile. Idéntica respuesta, ningún Lada ni de ida ni de regreso. Punto, no abriría más la boca.
Cargó en el tanque el combustible prestado por Gendarmería (con compromiso de reintegro apenas llegado a Fiambalá, cosa que cumpliría religiosamente).
Tras un tranquilo viaje llega a destino: derecho a la estación de servicio. Mientras cargaba combustible, vio la fosa. Pidió permiso, pasó allí el auto y bajó a mirar la panza del vehículo. Había golpes, sí. Nada extraordinario considerando los muchos kilómetros por camino pedregoso. No parecía que hubiera habido un contacto, una raspada extraordinaria. “Me habrán teletransportado para volverme al camino”, agregando "claro, y los rusos eran ángeles, el ángel de la guarda enviado con un refuerzo, por si acaso". Pensó mientras sonreía por su propia ocurrencia y de lo insólito de imaginar a dos ángeles transportándose en un cascajo.
El camino de regreso transcurrió sin inconvenientes. Llegado a su casa prefirió guardar silencio sobre el incidente. Al fin y al cabo, no estaba seguro de lo que había ocurrido. La hipótesis de los delirios producidos por el golpe y la altura eran la respuesta más probable.
Fue a tomar un baño antes de ir a dormir. Mientras, su esposa vació los bolsillos del pantalón para pasarlo al canasto de la ropa a lavar. Algunos billetes sueltos los acomodó en la billetera, colgó las llaves en el portallaves, algunas monedas quedaron en la mesita de luz y llevó dos envoltorios de Rhodesia al basurero de la cocina.
Estoy totalmente convencida que DIOS se vale de todo para venir en nuestro auxilio .Y que sus modos son impensados para nosotros .Gracias por compartir este maravilloso ,relato con tan rico y deleitable lenguaje
ResponderEliminarMuchas gracias por comentar y por las opiniones. Si te ha gustado, te sugiero que pases por la publicación del 30/11/2020, "Última historia verídica y casi casi inverosímil". También es absolutamente real y creo que puede ser de tu agrado.
Eliminar¡Saludos!